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domingo, 8 de abril de 2018

La paradoja de la Pascua y otros misterios



Al contrario de otras resurrecciones de las que n os hablan los Evangelios, la de Cristo no fue un mero regreso a la existencia anterior a la muerte.
Los relatos evangélicos relativos a la resurrección de Cristo esconden varios misterios y, como escribió Benedicto XVI en ‘Jesús de Nazaret’, una paradoja.

El primer misterio respecto a la resurrección. Los soldados que estaban de guardia en el sepulcro, no refieren ningún acontecimiento extraordinario entre el cierre del sepulcro y su apertura, en la madrugada del domingo, cuando se descubrió que estaba sorprendentemente vacío. Las mujeres que, esa mañana, se dirigían al sepulcro, no solo no vieron ninguna resurrección, como creyeron, sino que parecía obvio, que el cadáver había sido robado (Jn. 20,2).
Aquel mismo primer día de la semana, Cristo se aparece a María Magdalena (Jn 20, 1-18); a Simón Pedro (Lc 24,34); a los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35); y por último, a los apóstoles, ya excluido Judas Iscariote y faltando Tomás (Jn 20, 19-23). Todos lo ven, es cierto, pero ninguno de ellos lo vio resucitar y, por eso, más que testimonios de la resurrección de Jesús, son solo testimonios del resucitado.

Un segundo misterio se refiere al momento en que tuvo lugar la resurrección de Jesús de Nazaret, pues no se sebe con certeza cuando fue. Se supone que ocurrió en la madrugada del domingo, porque era el tercer día, tal como fuera profetizado repetidas veces.
Los científicos forenses que han estudiado el sudario de Turín –que no es objeto de fe, aunque la Iglesia, en la medida en que es científicamente creíble, lo venera como reliquia de la pasión y muerte de Cristo – envolvieron en lienzo de lino puro, perfumados con mirra y áloe, cadáveres ensangrentados y observaron que “después de 36 o 34 horas de contacto (…) las imágenes de los cuerpos quedaron impresas en los respectivos lienzos, pero muy lejos de la perfección que la síndone presenta”. Muy al contrario la precisión y permanencia extraordinaria de la imagen del sudario de Turín lleva a creer que su impresión se debe a causas trascendentales, es probable que el tiempo de contacto del sudario con el cuerpo en él retratado haya sido también de 36 horas, aproximadamente. Siendo así, si Jesús fue sepultado a la 18h del día sexto, la resurrección habría acontecido a partir de las 6h de la madrugada del domingo siguiente.

Como en tantos otros episodios bíblicos, algunas apariciones del resucitado son anunciadas por los ángeles. Aparecen a las santas mujeres (Lc 24 1-7), especialmente a maría Magdalena, que ve dos ángeles sentados en el sepulcro vacío, uno a la cabecera y otro a los pies de donde estuviera el cuerpo de Jesús (Jn 20, 12-13). Es curiosa esta certeza de que eran ángeles, por cuanto deben haberse aparecido con figura humana, como siempre acontece pues, en caso contrario, no se les podría ver ni oír fácilmente.
Aunque Pedro hubiese sido confundido con su ángel (Hch 12,15), nadie cree que se le apareció un ángel y no Jesús de Nazaret. Inicialmente, es cierto, no es reconocido por aquellos que, siendo sus discípulos más próximos, lo conocían muy bien, pero nadie lo confundió nunca con un ángel. Cuando María Magdalena, estaba buscando a su Maestro y Señor –que trata siempre con la veneración debida por la criatura a su creador y nunca con intimidades de esposos o amantes- lo ve pero no lo reconoce, piensa que se trata del hortelano y no de un ángel (Jn. 14-16)

¿La misteriosa volatilidad de la enigmática y vaporosa presencia del resucitado –aparece en el cenáculo estando las puertas cerradas (Jn 20,19)- sería señal de que allí estaba solo su alma y no su cuerpo?! Sería una hipótesis razonable, si no fuesen las palabras y acciones del mismo Cristo: “’Mirad mis manos y mis pies, porque soy yo mismo; tocad y ved, porque un espíritu no tiene carne, ni huesos, como veis que yo tengo’. Dicho esto les mostró las manos y los pies. Pero, estando ellos, por causa de la alegría, aún siempre sin querer creer y estupefactos, les dice: ‘¿Tenéis ahí algo de comer?’Ellos le presentan un  trozo de pez asado. Habiéndolo tomado, comió a la vista de ellos” (Lc 24, 39-43)
¿A pesar de todo, cómo es posible que los apóstoles, que ya lo habían visto resucitado dos veces por lo menos, y Pedro tres, no sean capaces de identificarlo, ni siquiera por la voz, cuando Él, desde la orilla les dice que echen las redes al mar?! (Jn 21, 1-14).

Más escandaloso es aún el caso de los discípulos de  Emaús que, hablando largamente con Él sobre su propia pasión y muerte, no lo identifican durante toda aquella larga conversación, que termina solo al final del día, cuando finalmente lo descubren, en la fracción del pan (Lc 24, 13-35). ¡Están con Él, hablando de Él y no lo reconocen!
Al contrario de otras resurrecciones de las que nos hablan los Evangelios –de la hija de jairo (Mt. 9, 18-26), del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) y de Lázaro (Jn 11, 1-46)- La resurrección de Jesús no fue un mero regreso a la existencia anterior a la muerte. Aquellos tres resucitados volvieron a ser los que eran antes de morir y, más tarde, como cualquier mortal, morirán. Pero no así Cristo. ¡Los apóstoles tal vez pudiesen ‘inventar’ una resurrección como las que Jesús había realizado delante de ellos, pero nunca podrían imaginar que Él, resucitando, fuese verdaderamente el mismo, siendo totalmente diferente!

Jesús, al resucitar, reasumió su humanidad de una forma totalmente original. Su naturaleza divina permaneció inmutable, pero su naturaleza humana era ahora, visiblemente, muy diferente – de ahí la dificultad de su reconocimiento, incluso para sus más próximos- pero siendo absolutamente Él: ¡He ahí la paradoja de la Pascua! Es el mismo, pero de otro modo e, incluso, con otro aspecto: la misma identidad, con el mismo cuerpo resucitado, pero totalmente diferente. Más que un mero regreso a la vida, Jesucristo, con su resurrección, inauguró una nueva vida, que es también para todos los que son salvados en su nombre.

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