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domingo, 26 de marzo de 2017

¿Buenos ateos o malos católicos?


Habrá quien diga que “Francisco prefiere buenos ateos a malos católicos”, dando a entender que los católicos son malos por ser católicos y que, por tanto, si dejan de serlo, serían buenos, o sea ateos...

¡Hay mucha gente buena a la que le gusta Francisco...a pesar de ser Papa! Tan amigos son del Papa Francisco que hasta le hacen el favor de hacerle decir lo que él nunca dice, ni puede decir, pero que ellos, “buenos ateos” o “malos católicos”, les gustaría mucho que dijese. O sea, para justificar su particular devoción por Francisco, no obstante la solemne antipatía que tienen a la Iglesia Católica, convierten a Francisco en un antipapa, cosa que, obviamente, Francisco nunca fue ni, con la ayuda de Dios, será. Si no, veamos.

En un texto de Bárbara Reis sobre “ocho razones a favor del Papa” (Público, 10-3-2017), se dice que francisco “abrió la posibilidad de que los católicos divorciados y recasados pudieran recibir la comunión”. En realidad no la abrió, porque esa posibilidad siempre existió y ya había sido reconocida explícitamente por los Papas Benedicto XVI y San Juan Pablo II. Francisco sólo añadió una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no corresponden a lo que el Señor nos propone” (Amoris laetitia, 2). Nada nuevo, por tanto y, por eso, en esa su segunda Exhortación Apostólica, el Papa Francisco criticó a los que tienen “el deseo desenfrenado de cambiar todo” (AL, 2).

Teniendo en cuenta que la indisolubilidad matrimonial es una enseñanza explícita de Cristo, como que también lo es la imposibilidad de la comunión eucarística para quien no reúna las condiciones necesarias al efecto, ningún papa puede permitir que ningún fiel pueda comulgar en situación de pecado mortal, sea este el de adulterio o cualquier otro. Por eso, no todo lo que parece, es: “no es posible decir que todos los que están en una situación llamada ‘irregular’ viven en estado de pecado mortal, privados de la gracia santificante” (AL, 301). Muy excepcionalmente, “es posible que una persona, en medio de una situación objetiva de pecado –pero de la que subjetivamente no es culpable, o no lo es plenamente- pueda vivir en gracia de Dios” (AL, 305).

Hay quien no entendía esto y, por eso, concluía: “es caso para decir: viva la confusión”. Pero no hay lugar a ninguna confusión porque, ya que “no se debía esperar del sínodo, o de esta exhortación, una nueva normativa general de tipo canónico, aplicable a todos los casos” (AL, 300), Amoris Laetitia debe ser interpretada en el sentido del anterior magisterio eclesial y de la tradición, como además hizo el Cardenal Patriarca de Lisboa, presidente de la Conferencia Episcopal Portuguesa.

Es verdad que “Francisco defiende a los refugiados musulmanes todos los días”, como también sus antecesores en la Cátedra de Pedro fueron defensores de la paz y de la libertad religiosa en todo el mundo. Pero el Papa Francisco no ignora el carácter ofensivo de un sector radical del islamismo y ha apelado, repetidas veces, a todos los responsables religiosos – ¡cristianos incluidos! – para que no permitan que el nombre de Dios sea invocado como fundamento de la guerra o del terrorismo.

A pesar de haber sido el Papa Francisco el primer vicario de Cristo que publicó una encíclica sobre temática ecológica, la verdad es que la cuestión había sido ya repetidas veces referida por sus antecesores, principalmente San Juan Pablo II, que era un declarado amante de la naturaleza. La pasión por la ecología del cristianismo no es reciente: ya San Francisco de Asís –de quien el actual pontífice tomado ha tomado el nombre – había cultivado ese amor religioso por el mundo y por todas sus criaturas.

Cuando el Papa Francisco afirmó “¿Si una persona busca a Dios de buena voluntad y es gay, quién soy yo para juzgar?” causó un tremendo revuelo, como si la frase, tenida por gay filia, revocase toda la doctrina moral sobre la materia. Es obvio que este Papa siente gay filia, como los antecesores y son todos los obispos y fieles dignos de ese nombre, porque a tanto obliga el mandamiento nuevo de la caridad. Pero esa exigencia no contradice el principio de la moral católica que exige reprobar el acto pecaminoso, pero sin condenar al sujetop, que solo Dios puede juzgar. Por eso, el Papa Francisco no se contradice cuando, no obstante lo que afirmó sobre las personas con tendencia homosexual, realzó que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio (AL, 52).

La verdad es que Francisco tiene un estilo muy particular y muy diferente de la precisión teológica de Benedicto XVI. El Papa actual es, sobre todo, un pastor y, por eso, su lenguaje es más ‘del siglo’, o del mundo, sin ser mundano. El Papa francisco privilegia un abordaje más informal, que no es menos ortodoxo, aunque escandalice a los fundamentalistas y los que, de tan pegados a la letra de la ley, no comprenden su espíritu.

Es de un gran simplismo afirmar que “Francisco no cree en muros y es el político más radical anti Trump”. Las fronteras, que no son otra cosa sino muros más o menos intransitables, son necesarias para definir el ámbito de la soberanía de los Estados: el Vaticano también los tiene, separadas por una seña. Sugerir que el Papa Francisco está contra el presidente electo de una de las mayores democracias del mundo podría llevar a creer que no es demócrata, o que es ‘político’ y, como tal, pretende intervenir en la política interna de un Estado, ignorando la separación evangélica entre lo que es de Dios y lo que es del César.

Habrá quien diga que “Francisco prefiere buenos ateos a malos católicos”, dando a entender que los católicos son malos, por ser católicos, y que por tanto, si dejaran de serlo, se convertirían en buenos, o sea en ateos... El Papa Francisco reconoce que hay ateos que, por excepción, son buenos, así como tampoco ignora que hay católicos que, por excepción, son malos; pero también sabe que son meras excepciones. La regla es que los católicos sean buenos, no por mérito propio, sino por la gracia de su condición; quien no puede tener bondad alguna, pero no tanta cuanta tendría si la tuviese. Caso contrario, ¿para qué serviría ser cristiano?!

De hecho, los malos católicos son mejores que muchos buenos ateos, no porque humanamente sean más perfectos, sino porque, por su fe, no solo alcanzan la gracia que los perdona y libra de sus pecados, sino también  por la alegría del amor de Dios.



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