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jueves, 26 de enero de 2017

LA ADORACIÓN



Pablo Garrido Sánchez

Cuentan que un maestro espiritual entró en un templo, no es importante especificar si era una mezquita, una catedral cristiana o un templo hinduista, y se tumbó en tierra con los pies hacia el altar dando una imagen irreverente a las miradas de los presentes, que consideraban el altar como un lugar donde la presencia de Dios estaba de forma especial. Algunos para resolver tal desacato intentaron mover al maestro espiritual y orientarlo de otra forma de manera que  los pies no estuvieran frente al altar, y en ese momento el templo comenzó a girar en el mismo sentido en el que pretendían mover al maestro espiritual. La lección estaba clara y sigue siendo necesaria: DIOS está en todas partes.

Esta verdad así desnuda es silenciosamente revolucionaria. Fue silenciosamente revolucionario el bautismo impartido por Juan Bautista en el Jordán, pues ponía en evidencia que el efecto espiritual de los sacrificios realizados en el Templo de Jerusalén no era superior al producido por su bautismo de confesión de los pecados llevado a cabo por él, y esto molestó en gran medida a los que ostentaban la postura oficial. Pero sobre todo la revolución silenciosa se produce con el ministerio público de JESÚS. ¿Puede ser público y silencioso a la vez? El profeta se encargó de anunciarlo: “No clamará, no gritará por las calles, la caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará (Is 42,2-3). De múltiples formas la voz del MAESTRO (VERBO), a lo largo de las generaciones, viene hablando en el silencio del corazón a personas de toda condición más allá de credos, razas y adscripción social. Sigue siendo revolucionaria la máxima de JESÚS a la samaritana: Los verdaderos adoradores adorarán en  ESPÍRITU y VERDAD; esos son los adoradores que el PADRE busca · (Cf Jn 4, 23).


La escena vivida entre JESÚS y la mujer samaritana sirve para extraer una lección magistral sobre la adoración. No sólo la adoración puede ser el objeto de meditación partiendo de este encuentro, pero entre las múltiples facetas que ofrece este texto aparece con suficiente entidad la adoración misma.
Tanto la Samaritana como nosotros heredamos una tradición religiosa recogida en la Biblia, a la cual tenemos que volver la mirada de forma reiterada. El libro revelado nos muestra que la adoración es el ser o no ser del pueblo elegido; que la desgracia original acontece cuando la adoración es suplantada por la propia deificación, seréis como dioses (Cf Gn 3, 5); que la idolatría es la causa de la dispersión, la destrucción y la muerte del pueblo en su conjunto y del hombre en particular. Son muchas las citas bíblica que podríamos aportar para justificar los asertos anteriores. La adoración construye, la idolatría confunde, divide y destruye; pero como en otras materias el panorama ofrece una escala de grises bastante amplia, pues la adoración no es nada sin el adorador, y este no es químicamente puro. Lo vamos a decir de otra manera: el sujeto que adora precisa de un proceso de transformación permanente para hacer del acto de adoración un momento de encuentro personal con DIOS de creciente significación; de ahí que la adoración se aprenda adorando, lo mismo que a hablar hemos aprendido hablando. La corrección es una faceta del aprendizaje a la que todos estamos sometidos en esta vida, por eso tenemos necesidad de volver de manera repetida a las fuentes donde están las claves del camino cristiano.

JESÚS nos informa, en el evangelio de Juan, que es una tarea permanente y urgente por parte de DIOS buscar adoradores. Teniendo en cuenta el mismo evangelio, a DIOS se lo estamos poniendo un poco difícil. JESÚS fue al Templo de Jerusalén y allí no encontró adoradores y se enfadó ostensiblemente (Cf. Jn 2, 13ss); y como Siervo sin dejar de ser el HIJO fue a buscar por los caminos y en Sicar, pueblo de Samaria, encontró una mujer que un rigorista habría excomulgado cinco veces o seis, pues había estado casada cinco veces, y el hombre con el que vivía no era marido suyo;  tampoco nos dice de quién era marido. Esta persona samaritana encarna muy bien a los que se encuentran en las encrucijadas de la vida, que DIOS llama (Cf Mt 22,9); pero que los que se creen de un nivel superior dan un rodeo y pasan de largo (Cf Lc 10,31-32,). El lugar en este caso era el pozo donde los vecinos del pueblo iban a sacar agua. Conocemos la escena, se inicia un diálogo que parte de una de las necesidades humanas más básicas: satisfacer la sed. Si era mediodía y verano la cosa podía estar en cuarenta y cinco grados, y beber un poco de agua es casi un imperativo. JESÚS el Siervo de DIOS se hace pobre y necesitado de aquella mujer que le había dado tres portazos a muchas cosas en la vida en busca de un amor que no encontraba, con cinco hombres había estado conviviendo y para colmo el actual era marido de otra. JESÚS conduce un diálogo que leído en el evangelio de Juan dura dos minutos, pero en la realidad pudieron ser dos horas o más. A la mujer no es que se le hubiera ido el santo al cielo, sino que a través de aquel intercambio personal despunta un fondo religioso de máximo nivel y hace la pregunta capital: por la adoración. Para la mujer samaritana la adoración estaba sujeta a unos rituales determinados, que debían realizarse en el lugar preciso: ese lugar era ¿el templo del monte Garizín o el Templo de Jerusalén? Pero JESÚS ofrece una alternativa absolutamente nueva: Ni en este monte, ni en Jerusalén. Llega la hora, y ya está aquí que los que adoran realmente son los que adoran en ESPÍRITU y VERDAD. Tales adoradores son los que el PADRE busca  (Cf Jn  4, 23)

Nos hemos saltado muchas cosas de este episodio, pero no son decisivas para el tema que nos ocupa que es la adoración. Sí procede, por otra parte, rescatar y ahondar en lo posible sobre la frase: Los verdaderos adoradores adorarán al PADRE en ESPÍRITU y VERDAD (Jn 4,23).  El espíritu del hombre tiene que estar unido al ESPÍRITU de DIOS, porque DIOS es ESPÍRITU (Cf Jn 4, 24). La adoración tiene una meta: “ABBA”. Este término fonéticamente pertenece al lenguaje universal, pues todos los niños de cualquier cultura hacia los seis meses de vida emiten una expresión similar para referirse a la persona más próxima que le ofrece amor, alimento y protección. San Pablo elevó este impulso humano inicial a la categoría de tendencia primaria hacia DIOS mismo: El ESPÍRITU se une a nuestro espíritu y clama: “¡ABBA!”(Rm8 15-16) de manera que alcanzamos la conciencia misma de los hijos de DIOS gracias a la unción que nos transfiere el ESPÍRITU SANTO nos resulta fácil afirmar con el salmista del salmo 138 la omnipresencia de DIOS:.. Otros salmos dilatan el alma de la persona orante a las dimensiones de lo inabarcable de DIOS y de su presencia totalizante, providente y amorosa. Sentirse siempre en la presencia amorosa de DIOS es paso decisivo y un objetivo prioritario para cualquier persona que discurra por la senda de la adoración.

JESÚS señala la adoración en “verdad”. En el propio evangelio de Juan hay que buscar su significado preciso. La verdad  en este caso no es una categoría ética con la que determinar si algo es cierto o falso, aunque el término “Verdad” no excluya ningún aspecto en ese sentido. La “Verdad” requerida por JESÚS para que la adoración resulte auténtica es el resultado de la unión vital con el “YO SOY”, que es la “VERDAD” misma: “YO SOY el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 5) Por tanto, el hombre para constituirse en adorador tiene que estar anclado en la nueva EXISTENCIA CRÍSTICA. Tengamos presente que el evangelio de san Juan habla de JESÚS de Nazaret con la perspectiva que se obtiene del Hijo del hombre RESUCITADO, ofreciéndonos al mismo tiempo la realidad actual del REDENTOR y la relación y visión que hemos de tener de ÉL.

En el JESÚS del evangelio de san Juan están de manera especial “las cosas nuevas”. La Redención hace nuevas todas las cosas y la verdad del hombre no es la condición humana anterior al YO SOY que se ha hecho carne y acampó entre nosotros” (Cf Jn 1,14). La revelación a Moisés en el Sinaí, en la que DIOS se manifiesta como la EXISTENCIA -YAHVEH-(cf. Ex 3,14) , adquiere una realidad totalmente nueva con la encarnación, muerte y resurrección del HIJO de DIOS. Si la dignidad humana antes de la redención era de máximo rango, después de la Resurrección el hombre entra de forma directa en la esfera divina de manera difícilmente imaginable. Toda esta sublime realidad está en cada uno de nosotros de forma incipiente, aún no manifestada; y por eso la adoración adquiere una importancia capital porque es la rendija que nos permite vislumbrar la grandeza de DIOS y su obra por nosotros.  Conocemos la escena en la que Pilato le pregunta a JESÚS con un desdén escéptico: “y qué es la verdad”. El silencio de JESÚS fue la contestación, porque el romano no apreció, ni escuchó lo anterior que le había expuesto JESÚS. “Que ÉL había venido para dar testimonio de la Verdad” (Cf Jn 18,37-38). JESÚS se estaba identificando con la Verdad, por lo que elevaba el concepto de la mera lógica formal o la categoría ética a la condición de persona. JESÚS es la Verdad del hombre para DIOS, y es la Verdad de DIOS para el hombre. DIOS contempla al verdadero hombre en su HIJO JESUCRISTO; y nosotros los hombres podremos contemplar a DIOS sólo a través del HIJO: “Nadie conoce al PADRE, sino el HIJO, y aquel a quien el HIJO se lo quiera revelar (Mt 11, 27)

La adoración se convierte en una acción TRINITARIA en el corazón del hombre: El PADRE busca adoradores y es la meta de la adoración; el HIJO nos reviste de la humanidad verdadera con la que podemos realizar un acto de adoración movidos por el ESPÍRITU SANTO. Esta breve síntesis no es una arquitectura caprichosa o artificial de la adoración; todo esto resulta de una vida en CRISTO iniciada en el bautismo sobre la que decidimos en un sentido o en otro a lo largo de los años. La adoración nos sitúa en el corazón del mundo y en el verdadero motor de la historia. Nunca la inteligencia artificial será capaz de adorar, aunque los avances técnicos puedan simular multitud de facetas humanas. La adoración no es un hecho insignificante en el conjunto de las manifestaciones humanas; es, por otra parte, la actuación más diferenciadora y específica del ser humano.


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