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sábado, 31 de diciembre de 2016

Navidad musulmana



Es razonable que un dirigente de una escuela estatal de un país laico, Italia, tenga en cuenta las diversas sensibilidades religiosas, pero no hasta el punto de negar la identidad nacional y tradiciones culturales.

Marco Parma, director del liceo Garofani, en Rozzano, en el norte de Italia, con cerca de mil alumnos, de los cuales solo un quinto  no profesa la religión cristiana, decidió que el tradicional concierto de Navidad debería designarse por la estación del año en que ocurre, para no ofender a los alumnos no cristianos, ni a sus familias.
Obviamente, también excluyó del programa del ahora denominado concierto de invierno todas las músicas con alguna connotación religiosa porque, como explicó, “en un ambiente multicultural, esto genera problemas”. En una fiesta de Navidad anterior, en que se habían cantado canciones alusivas al nacimiento de Jesucristo, “los niños musulmanes no cantaron. Se quedaron ahí, totalmente rígidos. No es bueno ver un niño que no canta o, peor aún, ser llamado por los padres fuera del escenario”, añadió Marco Parma.

Es razonable que un director de una escuela estatal de un país laico, como es Italia, atienda las diversas sensibilidades religiosas, pero no hasta el punto de negar la identidad nacional, ni las tradiciones culturales de su país. Es verdad que la Navidad es una solemnidad cristiana, pero también es una fiesta nacional y, por eso, también para los no católicos es fiesta. Muchos monumentos de origen y naturaleza esencialmente religiosa tienen también un gran valor cultural y artístico, que sobrepasa las fronteras de lo meramente confesional.

Es aceptable que una escuela secundaria, en Arabia Saudita, cierre el día sexto, día santo para los musulmanes; o el sábado, el día del Señor en Israel. Es lógico que el día 25 de Diciembre no sea fiesta en un país mayoritariamente musulmán o hindú, y un cristiano que viva en ese país no se debe sentir ofendido por eso. Pero también se justifica que un país de tradición y cultura católica, como es Italia, festeje las principales efemérides cristianas, lo que, obviamente, no constituye ninguna ofensa para los creyentes de otras religiones, ni para los ateos o agnósticos. Además, fue en este sentido que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos entendió legítima la presencia de crucifijos en las aulas de Italia, contra uma madre que exigía su retirada, por entender que ese símbolo  cristiano contrariaba la laicidad de la educación estatal.

Los emigrantes y refugiados deben ser acogidos con hospitalidad, pero deben tener la buena educación de respetar las tradiciones culturales y religiosas de sus nuevos países, en nombre de las cuales, por cierto, fueron acogidos. No tendría sentido no referir, en las escuelas portuguesas, la reconquista de la península a los moros, por respeto a los musulmanes; u omitir las invasiones de los bárbaros, por deferencia con los pueblos germánicos; o, no festejar el primero de diciembre, para no disgustar a los españoles; o silenciar la invasión francesa, para no ofender a los franceses.

La inadecuada actitud de este director de una escuela secundaria del norte de Italia es paradigmática de un cierto complejo de inferioridad, bastante generalizado entre ciertas personas que, para no parecer nacionalistas, ni ser confundidas con los xenófobos de extrema derecha, reniegan de la identidad nacional. No debemos ser colectivamente orgullosos, ni mucho menos despreciar a los otros pueblos, ni mucho menos sus religiones, pero tampoco debemos disculparnos por ser quienes somos, ni mucho menos abdicar de nuestra identidad histórica y cultural.

En la vieja Europa se generalizó la idea de que, por el bien de la integración de los creyentes de otras religiones hay que prohibir cualquier manifestación pública cristiana, presuponiendo que un símbolo religioso es necesariamente ofensivo para quien no profesa esa religión. Es curioso que se piense que celebrar la Navidad pueda ser ofensivo para un quinto de alumnos y sus familias, cuando la supresión de esa celebración afectaría negativamente a cuatro quintos de la población escolar... En verdad, el amor, la misericordia y perdón son también, entre otros, principios esencialmente cristianos: en nombre de la laicidad de la educación, ¿¡también deberían ser excluidos de las escuelas oficiales!?
Marco Parma, al prohibir que el concierto fuese designado como siendo de Navidad, fue, en realidad muy feliz. En nombre de la historia y de la cultura italiana, con la que se identifican cuatro quintos de sus alumnos, debería haber defendido la designación tradicional. También debería respetar que los alumnos, aunque minoritarios, de otras creencias se asociasen, o no, a esa fiesta, pero sin alterar su denominación.


Cuando el director de la escuela ya no se llama Marco, nombre increíblemente cristiano y altamente provocativo para todos los alumnos y familias no cristianas, sino Yussuf, y el instituto Garofani fuera una madraza, tal vez Parma perciba, finalmente, que Navidad, más allá de una celebración religiosa, es también una afirmación de la identidad cultural europea, una lección esencial sobre el inestimable valor de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural. Pero, entonces, tal vez sea demasiado tarde para que se dé cuenta de que es obvio, o sea, que una sociedad es tanto más libre cuanto más verdaderamente cristiana es.

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