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sábado, 12 de noviembre de 2016

Amárica, América!




El Papa, como la Iglesia católica, no está, ni puede estar, a favor de uno contra otro candidato presidencial; ha de estar siempre por la paz y por el bien común.

No soy de aquellos profetas retroactivos que, después de verificado un acontecimiento que no previeron, se apresuran a decir que siempre supieron que las cosas irían a ser como de hecho  acontecieron y que, sólo por una cuestión de modestia, no lo dijeron a nadie... Además, seguí la campaña presidencial norteamericana con moderado interés porque, como aquí escribí, ninguno de los dos candidatos me entusiasmaba. Por eso, quedé sorprendido, pero también aprensivo, con la elección de Donald Trump.

Hillary Clinton fue, sin duda la gran derrotada. En Roma, se suele decir, quien entra papa en el cónclave, sale de él de cardenal. Así sucedió con la absolutamente imprevisible elección de San Juan Pablo II, que no era “papable” a la salida y que vino a ser uno de los mayores papas de la actualidad. Es verdad que, en relación al obispo de Roma hay que contar con la especial intervención del Espíritu Santo que, ciertamente, no interfiere en la elección del presidente de los Estados Unidos de América, muy enhorabuena todo poder vendrá de lo alto... En este caso, el proverbio romano se ha cumplido a la letra: la “candidata oficial” fue preterida. Hillary Clinton, de cierto, no vendría a traer nada nuevo a los EEUU de América: era, solamente, más de lo mismo y el pueblo norteamericano quiso indiscutiblemente, apostar por el cambio.

El electorado estadounidense no solo derrotó a la candidata oficial sino que también infligió una derrota al “cuarto poder” que, en su casi totalidad, había apostado, sin pudor, por la candidata demócrata. Desde el principio, Donald Trump fue el lobo de la fiesta y el blanco de todas las críticas. En el caso Watergate, la prensa alcanzó el auge de su poder, obligando a dimitir a un presidente de los EEUU de América. Pero, con la elección de Donald Trump, la prensa ha quedado reducida a lo que nunca debió dejar de ser: un medio de comunicación e información. El “cuarto poder” no puede ser, en democracia, ningún poder, porque no goza de legitimidad democrática. En este sentido, fue positivo que el electorado norteamericano reaccionase contra el candidato que la prensa le quiso imponer y contradijese a la abrumadora mayoría de los sondeos. La victoria de Trump fue, por tanto, una importante victoria para la democracia.

Hillary Clinton era, obviamente, la candidata políticamente correcta. Obama fue elegido en nombre de las minorías, porque un negro, en la Casa blanca, era la prueba de que América había superado los prejuicios raciales, realizando el sueño de Martin Luther King. Hillary quería ser otro tanto: la primera mujer en ser elegida presidenta de la principal superpotencia mundial. Pero los americanos no estuvieron por esas, porque saben que, mucho más importante que ser negro o mujer, el presidente de los EEUU de América tiene que ser, más que un buen cartel, una persona capaz. América no necesita de un icono, ni de una bandera, sino de un presidente a la altura de su inmensa responsabilidad nacional e internacional. La derrota de Hillary fue la derrota de la política formateada por los aparatos de los partidos y defendida por los comentadores de la prensa mainstream, para consumo del elector.

Clinton se presentó también como la candidata de los lobis y de las franjas marginales del electorado norteamericano. A veces, las mayorías son secuestradas por las minorías que, por vía de un discurso victimista,  tienden a imponer sus opciones. Las minorías deben ser reconocidas y todas las personas, sin excepción, deben ser respetadas, por lo menos en la medida en que son dignas de consideración. Pero hay que hacerlo sin permitir que el que es minoritario se imponga a la mayoría. Contra la política de las minorías y de los lóbis, el electorado norteamericano ha reaccionado, eligiendo a Trump. Hillary amenazó con limitar la libertad religiosa, hasta el extremo de admitir, a manera de las dictaduras, la supresión de la objeción de conciencia. Por paradójico que pueda parecer, el voto contra Clinton fue también un voto por la libertad, principalmente religiosa.

Es verdad que Donald Trump, cuando anunció su propósito de construir un muro en la frontera con México mereció, de parte del Papa Francisco, una dura crítica. Pero ese comentario no puede ser interpretado al margen de las no menos severas censuras de Francisco a la ideología de género y al aborto, que Hillary Clinton promueve en tan larga escala. El Papa, como la Iglesia católica, no está, ni puede estar, a favor o en contra de ningún candidato presidencial: ha de estar siempre por la paz y el bien común.

¿Pero, con Trump en la Casa Blanca, no estará más seriamente amenazada la paz mundial? La paz no está, ciertamente, garantizada, pero son obviamente exagerados los rumores de que el próximo presidente de los EEUU de América provoque la tercera guerra mundial. Como disparatada fue la concesión del premio Nobel de la paz a Obama, que nada hizo, que sepa, digno de ese galardón, más político que humanitario. Ni Obama fue tan pacífico como se suponía, ni Trump será tan belicoso como lo pintan. 

Si la elección de Donald Trump fue una sorpresa, también lo será, ciertamente, su mandato presidencial. El futuro pertenece a Dios, sin olvidar que igualmente depende de las acciones y oraciones de los hombres, de todos los hombres. ¡Que Dios ilumine al próximo Presidente de los EEUU. God bless América!

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