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sábado, 5 de marzo de 2016

Dos óscar para romper un silencio ensordecedor


http://observador.pt/opiniao/dois-oscares-quebrar-um-silencio-ensurdecedor/

Aunque Spotlight retrate na situación vergonzosa para los cristianos, la denuncia de este terrible escándalo tuvo efectos positivos para la Iglesia católica.

La película que cuenta la historia de la investigación periodística que denunció el abuso de menores por sacerdotes y religiosos de la archidiócesis de Boston fue galardonada por la Academia de Hollywood con dos óscar, especialmente el que premia la mejor película. Un premio para la película que recuerda el proceso, a caso el más doloroso y humillante, de la historia reciente de la Iglesia católica, puede parecer una mala noticia para todos los que confiesan la fe cristiana, sobre todo para los católicos. Es probable incluso que muchos creyentes vean esta película, si no como una provocación anticlerical, por lo menos como una actitud de mal gusto, que obviamente hiere los sentimientos más íntimos.

Algunos católicos, ante esta confrontación con hechos tan dolorosos, tal vez intenten el discurso relativista, a cuenta de que el fenómeno de la pedofilia infecta a otras iglesias, especialmente las de denominación evangélica o protestante o, en mayor medida incluso, entre los entrenadores deportivos y profesores de educación física. Pero, convengamos, son disculpas de mal pagador. De poco o nada sirve, para el caso, recordar que la mayoría de los pedófilos son padres y que es en el ámbito de las familias donde más acontecen estos crímenes hediondos.

Tampoco sería moralmente honesto, para minimizar eta vergüenza y este escándalo, intentar la victimización de la Iglesia católica, como si el hecho de ser, como ciertamente es, perseguida en muchos países del mundo, eximiese de responsabilidad a sus miembros pedófilos, o de las autoridades eclesiales que sistemáticamente los encubrieron. En este sentido, en buena hora el Vaticano, precisamente para que ningún fiel caiga en la tentación de esgrimir el tópico de la persecución religiosa contra la película ahora premiada,  declara que Spotlight no es, ni puede ser interpretado, como anticatólica.

Otro tanto, además, ya ha sido hecho por la propia archidiócesis de Boston, en un comunicado que, con gran humildad, reconoce la objetividad de la película, al retratar la pasada realidad de aquella diócesis, mientras tanto totalmente reformada por su nuevo pastor, el cardenal O’Malley, que, para indemnizar a las víctimas de aquellos abusos, vendió la sede del arzobispado y se deshizo de todo su patrimonio. No en vano fue escogido por el Papa para presidir la comisión eclesial que, a nivel mundial, tiene a su cargo la protección de las víctimas de los casos de pedofilia en que se ven envueltos clérigos católicos, así como la implicación de estos últimos.

Por coincidencia, el  pasado jueves, el Cardenal George Pell se encontró en Roma con una docena de víctimas de un diócesis australiana. Sorprendido con los testimonios que oyó, lamentó profundamente “el mal que se había hecho”, al mismo tiempo que reafirmó la determinación de la Iglesia australiana y universal en ayuda de las víctimas y en la total erradicación de este tipo de crímenes.

La Iglesia católica tiene una relación con la verdad de la que no puede abdicar, sin perder su propia identidad. En cuanto representante de Cristo en la tierra, no puede olvidar que Cristo es el camino, la verdad y la vida (Jo 14, 6). Por lo tanto, negar la vida o negar la verdad es, para un católico, negar a Cristo, traicionar su fe.

Luego en los primeros tiempos del cristianismo, este deber de obediencia a la verdad estaba muy presente. Por eso, los evangelistas no omitieron el nombre del traidor: Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles. Podrían haber silenciado el nombre del traidor, una vez que, obviamente, la revelación de su identidad comprometía al propio colegio apostólico y, además, el Maestro lo había escogido personalmente. Otro tanto se diga de la triple negación de Simón Pedro, que los evangelistas relatan con tanto realismo y que también podrían haber omitido, por motivos pastorales, ya que, divulgando aquel triste episodio, la imagen del primer Papa resultaba muy débil y, por lo tanto, debilitada también su autoridad. Con todo, los evangelistas, actuando bajo inspiración divina, entendieron preferible ser fieles a la verdad, en perjuicio del buen nombre y prestigio de la propia institución eclesial y de su máximo representante. De otro modo, de cierto no habrían sido fieles a Cristo.

La Iglesia no existe para sí misma, sino para dar testimonio de Cristo, o sea, de la verdad, aún cuando esa misma verdad es incómoda, como es el caso. En este sentido Spotlight, la dolorosa revelación del escándalo que minaba la credibilidad eclesial, fue tan necesaria: si ese silencio cómplice no se hubiese roto, si esa denuncia no  hubiese sucedido, tal vez no se hubiese podido hacer frente a ese vergonzoso escándalo, del que tantos niños y familias fueron víctimas inocentes.



San Pablo decía que todo es para bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28). Esta dolorosa provocación fue eso mismo: una bendición de dios para la purificación de su Iglesia, una saludable penitencia cuaresmal, en esta su peregrinación hacia la gloria pascual.

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