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sábado, 9 de mayo de 2015

¡Todo como la madre!



La explotación de las mujeres trabajadoras es una realidad en los ambientes laborales en que la maternidad es mirada con hostilidad por las entidades patronales

A la mesa estaban los tres hijos adolescentes cuando el padre los interrogó sobre sus planes profesionales. Mientras los pequeños se decidieron por las profesiones habituales en aquellas edades –futbolista, astronauta, bombero, etc.- la única niña se sumió en un enigmático silencio. Preguntada por segunda vez, con gran esfuerzo contestó:

- Nada.

- ¿Cómo nada!? Cuando seas mayor, ¿¡ No quieres tener ninguna profesión!?

- ¡No quiero no hacer nada, como la madre!

Ya pasaron los tiempos en que algunas mujeres eran preparadas para ser, obligatoriamente, las hadas del hogar, como entonces se decía, con cierto gusto. Esa imagen mítica de la tediosa dueña de la casa ya dio lo que tenía que dar y, felizmente, pocas serán las niñas que hoy tengan, para su vida, tal objetivo. Pero no siempre fue así.

Sé de una hija de un rector de la universidad de Lisboa que fue también presidente de la Academia de las Ciencias y distinguido matemático que, aunque nacida en Lisboa a principios del S. XX, no logró pasar de la instrucción básica, a pesar de su voluntad y gran inteligencia. Se entendía entonces que, una joven de su condición, sólo debía aprender lo que era conveniente para ser una buena ama de casa. Tocar el piano y hablar francés correspondía, de hecho, a un estereotipo de la época. Incluso la educación de los hijos era, muchas veces, relegada a amas de confianza, mademoiselles francesas, misses inglesas o alguna fraulein alemana.

En los campos y en las fábricas, por el contrario, muchas mujeres trabajaban de sol a sol con sus maridos y, a veces, también los hijos, en cuanto que les fuese posible aguantar el pesado yugo del trabajo agrícola o industrial. Por eso, un menor, aunque fuese una boca más que había que alimentar, era también una fuente de rendimiento familiar. Como los peones sólo tenían la riqueza de su respectiva prole, pasaron a la historia como proletarios.

Hoy en día, la ociosa existencia femenina de las damas de la burguesía y la casi esclavitud de las campesinas y operarias fabriles desapareció, afortunadamente. Las mujeres actuales, cualquiera que sean sus condiciones económicas o sociales, procuran tener una vida profesional intensa, con todos los derechos políticos y cívicos inherentes a su condición de ciudadanas que son de pleno derecho.

Tal vez no haya ya países que sean tiranías que, por prejuicios anacrónicos, no dejen a las hijas realizarse académica y profesionalmente. Tal vez también ya no existan capitalistas salvajes que exploten la mano de obra femenina con horarios inhumanos y salarios de miseria. Pero la maternidad continúa siendo vista con animosidad en algunos ambientes laborales en que un embarazo puede suponer la rescisión del contrato de trabajo, o su no renovación, o la congelación o el descenso en la carrera profesional. La explotación de las mujeres trabajadores es aún, no obstante la legislación formalmente favorable a su condición, una lamentable realidad en muchas sociedades modernas, en que la maternidad es vista con desconfianza y hostilidad.

Es cruel que la mujer tenga que prescindir, o renunciar, a una maternidad deseada, para así garantizar su puesto de trabajo. La realización humana del trabajador debería ser prioridad sobre su rendimiento laboral, porque el ejercicio responsable y libre de la maternidad y de la paternidad es siempre un nobilísimo servicio a la sociedad, sobre todo en países que, como Portugal, padecen una dramática carencia de crecimiento demográfico.

Por feliz coincidencia, este año el día de la madre tuvo lugar en la secuencia casi inmediata al día de San José, obrero. Y será importante que, si alguien pregunta a las hijas de las actuales jóvenes, qué serán las obreras y empresarias del futuro, lo que quieren ser, ellas ya puedan decir:


– ¡Todo, como la madre!

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