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sábado, 17 de enero de 2015

El remedio muerde, pero quita la infección. San Ambrosio


Hace unos días escribía sobre la cadena del pecado y sus consecuencias en el atentado de Charlie Hebdo, pero la cadena del pecado no sólo produce grandes asesinatos y crímenes. La cadena del pecado es tan cotidiana como nuestra propia vida. Nos lleva a dañar a los demás con la escusa de que, a su vez, nosotros hemos sido heridos anteriormente. Dentro de la Iglesia, esta cadena produce muchos sufrimientos, ya que evidencia que los fieles no somos tan pecadores como cualquier otro. La diferencia es que sabemos quien puede curar el dolor y ayudarnos a romper la cadena: Cristo. San Ambrosio de Milán nos habla de cómo la Gracia de Dios transforma el hombre viejo en el hombre nuevo. El ser humano herido y desesperado se transforma en el ser humano sano y esperanzado. Para ello nos comenta la conversión de San Pablo:

Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un apósito que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo." (Seguir leyendo)

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