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domingo, 25 de enero de 2015

El estilo de Francisco



En la iglesia hay espacio para los más variados estilos pastorales, desde la sintonía con Cristo que, a pesar de la enérgica expulsión de los vendedores del templo, es, como dice de sí mismo, “manso y humilde de corazón”

Cayeron el Carmen y la Trinidad cuando el papa francisco, camino de Filipinas, comentó, de forma insólita, los recientes atentados de Francia. Después de condenar el terrorismo y la aberración de matar inocentes en nombre de Dios, añadió: “Es verdad que no debemos responder con violencia, pero si el Dr. Gasbarri, que es un gran a migo, ofendiera a mi madre, debe estar preparado para llevarse un puño. Es normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los otros. No se puede ridiculizar la fe de los otros”. Aunque el mencionado  Dr. Alberto  Gasbarri no se había  incomodado con la amenaza del puñetazo pontificio, en caso de que hubiese tenido la infeliz idea de ofender a la madre de Jorge Mario Bergoglio, la prensa internacional recogió con menos bonhomía la vigorosa metáfora papal.

Ante una generalizada condena de los términos de la declaración de Francisco, de la que David Cameron habría sido el más elevado exponente, el propio Papa reconoció que no había sido bien entendido, pues sus palabras no pretendían desmentir el mandamiento de la caridad, que obliga a amar a los enemigos y a ofrecer, no un puñetazo, sino la otra mejilla, a quien nos golpea e insulta.

Un cristiano, aun cuando es injustamente ofendido o insultado, no puede adoptar a continuación la ley del talión, que se rige por el principio primario del “ojo por ojo, diente por diente”. Por el contrario, de un discípulo de Cristo se espera siempre una palabra de caridad y de perdón, según la ley de Dios, que prescribe, en su versión cristiana, el amor a los enemigos. Es eso lo que lo hace diferente, no sólo con los discursos laicos, que por regla general propugnan una justa retractación, sino además con otras religiones, sobre todo las que incitan al odio y a la venganza.

En el vuelo de regreso de las Filipinas, una vez más en una conferencia de prensa en el aire, el Papa tuvo ocasión de esclarecer que la reacción violenta ante una ofensa o una provocación “no es una cosa buena” y que, según el Evangelio, es preciso “ofrecer la otra mejilla”. Era lo que bastaba para dar el incidente por definitivamente superado, pero hubo quien quiso promover un escándalo mediático. Tal vez haya algún fariseísmo en los que aplauden la irreverencia ofensiva y ordinaria de una revista, al punto de identificarse con ella, pero se rasgan las vestiduras con una frase de Francisco que, aunque ambigua, no era insultante para el Dr. Gasbarri, expresamente mencionado  como “gran amigo”, y para nadie más. Al final, Charlie, ¿¡no habíamos concluido que la libertad de pensamiento y de expresión era para todos!?

El mundo y la Iglesia estaban mal acostumbrados cuando el cardenal Bergoglio fue elegido obispo de Roma. No es fácil suceder a un teólogo de la altura de de Benedicto XVI, ni a un santo con el perfil de San Juan Pablo II. Francisco, no obstante su envergadura teológica y la profundidad de su espiritualidad, pretende sobre todo ser un pastor muy próximo a su rebaño y, por eso, privilegia el anuncio de la fe en la sencillez de un lenguaje común, que tal vez un académico, como Ratzinguer, o un místico, como Wojtyla, no usarían. Pero la diversidad de los carismas de estos tres últimos papas no se puede ni debe comparar, porque son sólo estilos diversos de anunciar el mismo mensaje. Consta que, en un periodo de sede vacante, tres candidatos principales –un santo, un teólogo y un pastor- se perfilaban para suceder  en la sede petrina. Cuestionando a este propósito San Bernardo de Claraval, juiciosamente afirmó: El santo, que rece por nosotros; el docto, que nos enseñe,; el prudente, que nos gobierne.

En este pequeño mundo, Francisco, más que Papa reinante, como antes se decía, quiere ser sólo párroco de la Iglesia global, como el recordado S. Juan XXIII. Tal vez parezca muy directo e impulsivo –¿¡quien no recuerda su fortísimo sermón navideño a los eminentísimos señores cardenales de la Curia!?- pero es por razón de su celo apostólico y de su solicitud pastoral para con las almas que tiene que apacentar. También Juan y Santiago, que Jesús apellidó “hijos del trueno”, lo eran, hasta el punto de que el maestro tuvo que censurar su petición de exterminar a los samaritanos porque no los habían recibido. En realidad, en la Iglesia hay espacio para los más variados estilos pastorales, desde la sintonía con Cristo que, no obstante la enérgica expulsión de los vendedores del templo, es, como dice de sí mismo, “manso y humilde de corazón”.


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