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domingo, 30 de noviembre de 2014

“la verdad os hará libres”

Lo que más aprecio en este mundo es mi familia, aunque, en realidad, desde hace algunos años, sea más bien  un recuerdo entrañabilísimo, añorado. Los hermanos nos hemos ido distanciando desde la desaparición de los padres, especialmente la de mi madre, que sobrevivió a mi padre muchos años. La presencia de los padres, impide el distanciamiento real, porque al menos una vez al año se les va a visitar, o se les llama por teléfono una vez por semana.

A mi padre lo admiro todavía, y cada día más, su nobleza, su generosidad, recordada por muchos en el pueblo, sin distinciones. A mi madre la admiro de la misma manera, su entereza, su saber estar, su entrega, el amor que ponía en todo cuanto hacía, su sonrisa permanente, su fidelidad (aún recuerdo aquella mañana de verano, en que yo empecé a trabajar como un hombre, en las labores de la recolección, ¡me había preparado dos huevos con pimientos fritos para almorzar!...). A penas salía de casa, sólo para ir a misa, diaria mientras pudo. Los disgustos que le dimos los hijos no la marcaron, ella mantuvo siempre su carácter, acogedor, sencillo, noble… hasta que murió, o se apagó más bien, poco a poco, para darle tiempo a despedirse de los hijos ausentes. ¡Cómo nos leía los cuentos! Mi padre murió demasiado pronto, le falló el corazón, a pesar de tenerlo enorme, o quizá por eso mismo.

Como he dicho, los hermanos vivimos ahora más o menos distanciados, según les vaya la vida,  si bien la mayor distancia es  la física, y por pereza; los más pequeños y cercanos entre nosotros, vivimos en las antípodas y el resto en el medio. Es uno de tantos casos de familias cuyos miembros  tienen que buscar trabajo fuera del pueblo y emigrar a la ciudad. Hemos hablado alguna vez, los tres pequeños,  de lo dura que fue  aquella separación y la adaptación a la vida laboral y urbana; aunque a mí, gracias a Dios, no me fue tan mal ya que decidí ir a un colegio de frailes para huir de un  maestro gigantesco y brutal,  que me tenía aterrorizado. Algo de vocación sí tenía, y a mi madre eso le gustaba.

Esta larga introducción viene a raíz de una confesión que me hizo una amiga, trabajadora social.  Me lo decía con mucha cautela, para no herir mis sentimientos… Acababa de atender durante un largo rato, a una persona abrumada por un problema familiar, o mejor, por la relación con su mujer. Me decía: “me acordé de ti”, “me daba la impresión de que este hombre tenía el corazón roto”, “¿¡cómo puede haber mujeres así!?...

Muchas veces he hablado de las leyes tan injustas que pretenden regular las separaciones y divorcios, metiendo las narices en la vida más privada de las personas. Estas leyes parten de un principio radicalmente injusto: La discriminación positiva. Yo soy el primero que defiende a la mujer, y la maternidad, y la familia natural por encima de todo. Pero ante la justicia todos somos exactamente iguales, tanto si es hombre como si es mujer, o viceversa (y he alterado el orden poniendo primero el género masculino, aunque en la vida real sigo cediendo el asiento a una mujer).

Es absolutamente insensato que una mujer pueda aprovecharse de una ley para abusar de un hombre. Es una injusticia consentida y amparada. Es triste, es vergonzoso, humillante, para un hombre, ser acusado de no sé cuantas cosas, agrupadas en “malos tratos”, tener que pasar pensiones insoportables, y si además pierde el trabajo, pues puede verse en la calle, privado de cuantas comodidades disfrutaba en su casa. Lo pierde todo. Ya la separación de mutuo acuerdo, por la incompatibilidad de caracteres, es poca cosa, no es rentable…

Estas situaciones incluso pueden producir en los demás desprecio o burla, generalmente muchos se encogen de hombros, incluso los abogados, ellos se limitan a defender a la mujer como cliente, y si pueden sacar más, mejor. Parece además, que todos los separados son potencialmente violentos y culpables de malos tratos. Como los casos con violencia (y dejemos de una vez de apellidarla “doméstica”, porque parece un asunto menor, y no lo es, es igual que cualquier otro crimen, con sus circunstancias y protagonistas) son los más sonados, todo el mundo generaliza: “es que son…”

Si se publicara una estadística completa de los matrimonios rotos, con violencia física y sin ella,  quizá nos diéramos cuenta de la enormidad del fracaso social. Quizá nos pusiéramos a corregir la tendencia, porque hubiéramos asumido nuestra propia responsabilidad. No es culpable sólo el estado,  la crisis, los políticos, son culpables todos los que han aceptado sin la menor reflexión esas ideas de libertad caprichosa, creyendo que iban a ser más felices. Lo que han conseguido es ser más egoístas. Y es ese egoísmo lo que los hace tan exigentes e injustos, pretendiendo que el otro/a  les haga o permita ser felices, y si no lo consiguen  se lanzan desesperadamente a la satisfacción inmediata de sus deseos de felicidad, cayendo en múltiples adicciones; pero esta carrera los aleja de sus familias y amigos, provocando verdaderas tragedias familiares, tanto en el aspecto humano como económico y social. Nos convertimos en una carga insoportable para uno mismo  y para los demás.

Esta corrupción de las mentes y conductas era más tolerable mientras había riqueza, con la crisis quizá se produzca una catarsis, o una caída del caballo del progreso, progresista y desbocado, eternamente insatisfecho. Porque, cada uno “va a su rollo”, persiguiendo su fantasía, en una estampida que se dispersa en direcciones divergentes y opuestas. Es como si alguien hubiera arrojado sobre la sociedad una bomba de racimo,  o una atómica de esas que sólo destruiría a los seres vivos,  provocando múltiples ondas expansivas que la van destruyendo de manera selectiva, para que sólo sobreviva lo que interesa, la riqueza material y un gigantesco mecanismo egoísta, autoritario y esclavizador…  

El deterioro de la justicia comienza cuando los políticos eligen a los jueces, y se expande a todos los sectores sociales y a los individuos, cuando legislan para propagar o imponer sus ideologías, cuando utilizan la justicia para atacar la institución natural por excelencia, la familia, y transformar la sociedad desde arriba, dividiendo y enfrentando a las personas, creando batallas dialécticas absurdas e inconsistentes, pero que desgastan la convivencia. Si piensas así eres un machista,… y si de la otra manera, eres feminista, entonces eres o carca o progre, en todo caso ya somos enemigos a eliminar de nuestra vida, uno malo y otro bueno. O cuando  alterando conceptos, como el de género, sexo, matrimonio, familia, y creando una nueva generación de derechos, progres, impiden el desarrollo de una sociedad cohesionada y en paz.


Una vez, hace más de dos mil años, harto de nuestros fracasos, quizá, según nuestro criterio, pero en realidad compadecido, el Todopoderoso envió a su Hijo a salvar a la humanidad, con la entrega absoluta de su vida, sin exigencias, pero diciendo la verdad a todo el mundo y haciendo el bien del mismo modo, sin mirar la condición de la persona, sino cara a cara y al alma, implorándonos la conversión, y la realización de sus palabras sanadoras: “la verdad os hará libres”

1 comentario:

  1. Son palabras de libertad “la verdad os hará libres”.

    Creo que fundamentas muy bien lo que dices.

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