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lunes, 13 de octubre de 2014

Confusión, seglares y sínodos

En las crónicas y artículos más serios en este tiempo del reinado del Papa Franciscus, una de las palabras más frecuentemente repetidas es confusión, pero también y con más frecuencia ésta, brota del sector mayoritario de la Iglesia –los seglares, los bautizados, los cristianos de a pie, a lo que habría que añadir este tensionante Sínodo sobre la Familia, que de una angustia eclesial parecería que nos está llevando a un verdadero manicomio pastoral.
Desde los años posteriores a la verificación del Concilio Vaticano II, el catolicismo padece de una inacabable revolución cuyo veneno continuamos respirando: ideas, excusas, pretextos que ponen al hombre frente a la alternativa de hundirse o convertirse; se ha generalizado a todo nivel un confusionismo generado por la herejía modernista.

Es nota de la Iglesia Católica la unidad de la fe, en cambio la confusión es más bien impronta particular del protestantismo, en efecto, el libre examen y la carencia de Autoridad Apostólicaengendraron en las comunidades protestantes la confusión y la división.
¿Cuántos de los fieles,
«se sienten hoy perdidos y sin saber con qué carta en medio de la sobredosis de informaciones y opiniones sobre todo lo que sucede? Quisieran ser fieles al Magisterio, pero también a la gente con la que viven. Y no saben si tienen que defender a capa y espada la “Humanae Vitae” o combatirla abiertamente (porque bastantes les dicen que está desfasada). O defenderla en la teoría y atenuarla en la práctica. Se dan cuenta de que muchos bautizados están lejos de la comunidad, y se preguntan si tiene sentido seguir haciendo lo que hacen o es preciso dar un golpe de timón y empezar desde otra clave y hasta desde “otra iglesia”. Les cuesta decir una palabra precisa y convencida sobre el infierno, la confesión de los pecados mortales en número y especie, el papel concreto del ministro ordenado en la comunidad, la oración por los difuntos, las técnicas de reproducción asistida o el financiamiento de la Iglesia»,
afirmaba ya hace muchos años el P. Gonzalo Fernández Sánz, CMF, señalando a la confusión como uno de los «demonios de la evangelización actual».
Todos los miembros de la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo-, desde el Romano Pontífice hasta el último de los seglares, cada cual desde su lugar en ese Cuerpo, -en virtud del dogma de la Comunión de los Santos- es responsable del bienestar de la Iglesia. Por tanto, todos estamos llamados a defender el «fidei depositum» (1 Tim 6,20; 2 Tim1,14), diciendo la verdad, publicándola y defendiéndola según nuestra habilidad y oportunidad. Pero, son especialmente el Papa, los obispos y sacerdotes quienes tienen la obligación, de hablar y exhortar a los fieles a vivir según la verdad de Dios, y, nadie, ni siquiera el Papa, tiene el derecho de obstruir la verdad acerca de lo que Dios espera de cada uno de los miembros de su Iglesia. Porque Él, que es «camino, verdad y vida» quiere que demos a conocer la verdad «a todas las gentes».
Los Papas fueron siempre muy sensibles al «sensus fidelium» (el sentir de los fieles), recordando el antiguo axioma de la Iglesia «Vox populi, vox Dei» en ciertos períodos de la historia de la Iglesia para preservar la integridad de la Fe, como sucedió por ejemplo durante «la más grande crisis doctrinal en la Iglesia» que fue la herejía arriana. San Jerónimo pronunció una frase célebre a lo ocurrido durante ese tiempo crítico: «El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano».
La herejía arriana que negaba la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, arrastró tras de sí a un gran número de obispos y clérigos que abandonaron la ortodoxia, empero, fueron los seglares quienes permanecieron fieles al fidei depositum.
«Veo pues en la historia arriana un ejemplo palmario de un estado de la Iglesia durante el cual, con el fin de conocer la tradición de los apóstoles, es menester recurrir a los fieles (…) Su voz es entonces la voz de la tradición» (Newman).
Y no obstante que el Vaticano II legisló respecto del papel de los seglares en la Iglesia y en el mundo, es un hecho, y muy lamentable que también hoy, el carisma del pueblo entero de Dios, que finalmente incluye también a los seglares no sea valorado en su justa medida. Ahí tenemos por ejemplo el hecho de que más de 50 millones de peticiones provenientes de 157 países fueron enviadas en su momento al Papa Juan Pablo II pidiéndole la definición pontificia del quinto dogma mariano, es decir la proclamación dogmática de Nuestra Señora como Corredentora, Mediadora y Abogada del Pueblo de Dios, sin que hasta la fecha se hubiera puesto atención a ese sensus fidei.
Muchos han criticado la presencia de auditores seglares en las asambleas sinodales de los últimos años, olvidando quizás que otrora, los fieles laicos fueron participantes muy activos de los sínodos y hasta de los concilios. Los fieles laicos y también los clérigos sin investidura episcopal no eran algo secundario en esos concilios y sínodos, asambleas eclesiales en las que se defendían, frente a las herejías y abusos, las verdades doctrinales, elevadas a la categoría de dogmas, si bien el Papa tenía siempre la última palabra, los seglares tenían la penúltima porque la última palabra, en el único Cuerpo de Cristo, no es la única.
Por eso enseña el Aquinate:
«Es evidente que quien presta su adhesión a la doctrina de la Iglesia, como regla infalible, asiente a cuanto ella enseña. De lo contrario, si de las cosas que sostiene la Iglesia admite unas y en cambio otras las rechaza libremente, no da entonces su adhesión a la doctrina de la Iglesia como a regla infalible, sino a su propia voluntad. Por tanto, el hereje que pertinazmente rechaza un solo artículo no se halla dispuesto para seguir en su totalidad la doctrina de la Iglesia. Es, pues, manifiesto que el hereje que niega un solo artículo no tiene fe respecto a los otros, sino solamente opinión, según su propia voluntad» (STh II-II, 5).
Pero otra cosa es convocar a seglares -católicos o no- a «testimoniar» en el aula sinodal respecto de experiencias de otra naturaleza, (con doctrinas anti-Iglesia) «aplaudidas de pie por los Padres», queriendo darse a entender que las futuras conclusiones del Sínodo serían el producto de un «consensus fidelium». La misma encuesta previa, enviada a todas las diócesis del mundo, de la que se ha dicho que es «la mayor encuesta de la historia», y de la que también se quiso dar a entender que en ella participaron todos los miembros del Cuerpo místico, pero que según estimaciones, no llegó ni siquiera al 5% de los «agentes pastorales».
De ser así, ese «consensus fidelium», sería un consenso apócrifo, porque estaría en la línea de la corrupción y no en la defensa de la pureza doctrinal.


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