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lunes, 1 de septiembre de 2014

Amistad y soledad

Por Luis Alva
A primera vista la soledad es considerada como "algo" negativo. Cuando se nos menciona la palabra soledad inmediatamente la relacionamos con alejamiento de personas y cosas, ausencia de compañía, etc. Algunos sectores han llegado a interpretar que  "la soledad es el mal de nuestro tiempo". La teoría más difusa por los medios es la de considerar a la soledad como un problema clínico que necesita de una terapia específica. La soledad también se considera como uno de los posibles factores que causan otros desorden, entre ellos la depresión y el suicidio, etc.
Sin embargo, Giovanni Cucci nos presenta una seria valoración sobre el tema de la soledad en relación con la amistad.

Vivir la amistad exige también la capacidad de sentirse a gusto con uno mismo, con el propio mundo interior, y saber aceptar la soledad. La soledad es la situación característica de todo ser humano. La soledad es un banco de pruebas indispensables que verifica la solidez y la verdad de una amistad: quien no sabe estar bien consigo mismo difícilmente podrá tener relaciones serenas con los demás. Aceptar la propia soledad es signo de madurez, de nos ser esclavo de la dependencia afectiva, sino capaz de intimidad, de fidelidad y, por consiguiente, de amistad, aceptando, cuando fuere necesario, apartarse por el bien del otro.

La experiencia de la soledad acompaña también a los diversos estados de vida, al matrimonio, a la vida consagrada y porque no a la sacerdotal. Porque hay un aspecto interior, un vacío que nadie puede llenar. Hay siempre un fondo que no llega a compartirse, un vacío que no puede llenarse.

Pretender eliminar  a toda costa la soledad significaría sacrificar esta dimensión fundamental del espíritu. Si la soledad es el fondo más íntimo y sagrado de la persona, tiene que salvaguardarse como tal, so pena de ser destruida. El amigo no puede, por consiguiente, ser reducido a una válvula de escape o, por aún, a un contenedor de basura donde se puede echar cualquier cosa simplemente porque así puede uno sentirse mejor. La relación de amistad no es el lugar  en el que se comunica todo, en la pura inmediatez. Una amistad que pretende ser total acaba tiranizando y aniquilando sus componentes.

La soledad puede provoca malestar cuando encuentra a la persona distante de su ser más profundo, cuando vive con su superficialidad o, como diría Heidegger, en el chismorreo vacío, que cuanto más vacío y más superficial, tanto más, curiosamente se difunde, perdiéndose en las cosas que hay que hacer, en las personas que hay que ver, en el cotilleo del momento, esperando que esto pueda llenar el vacío que atormenta.

Este alejamiento de uno mismo está también en el origen de la inseguridad de fondo de quien no sabe bien lo que quiere y tiene la costumbre de pedir instantáneamente al amigo consejos sobre cosas fundamentales de su vida, sin encontrar respuestas, porque no es capaz de escuchar la voz del corazón.

La soledad no aceptada parece estar en el origen de relaciones interpersonales vividas de modo morboso. La soledad, una vez más, se convierte en una dimensión insoportable de la existencia cuando no va acompañada de la presencia de una afectividad y una espiritualidad  maduras; y esto, si es una verdad para todo hombre, lo es de modo particular para la persona consagrada.

Aceptar la propia soledad significa, por consiguiente, haber llegado a ser amigo de uno mismo, y solo de este modo resulta ser amigo del otro. La soledad adquiere así un valor particular en la vida, porque revela, de modo discreto y difícil la naturaleza espiritual del hombre. Llevar en el corazón al otro es lo que nos permite sentirlo cerca, aunque no esté presente.


Cf. Giovanni Cucci, La fuerza que nace de la debilidad. Aspectos psicológicos de la vida 

espiritual. Santander, Sal Terrae, 2013.




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