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lunes, 23 de junio de 2014

De discursos y discursos

El discurso de S.M. Felipe VI, nuevo rey de España, me ha recordado a algo ocurrido hace unos días en Estados Unidos. Como saben los lectores, por allá es costumbre que, en la ceremonia de graduación del instituto, el mejor alumno haga un discurso ante los demás. En un instituto de Brawley (California), le tocó hacer el discurso a un chico llamado Brooks Hamby, seleccionado para continuar sus estudios en la Universidad de Stanford, una de las más prestigiosas del país. La administración del instituto le pidió que les presentara el día de antes el discurso de graduación para asegurarse de que era apropiado. Cuando Brooks presentó su borrador de discurso, empezaron los problemas.

El discurso de este chico, que es protestante, estaba redactado en forma de oración: “Padre celestial, haz que en todo momento seamos amables y misericordiosos, perdonándonos unos a otros como Dios nos perdonó en Cristo”. Por lo visto, los responsables del colegio consideraron que las referencias a Jesucristo y la forma de oración del discurso eran “inapropiadas” y contrarias a los “estándares legales en vigor”.
El pobre Brooks presentó otras dos redacciones alternativas, que ya no tenían forma de oración, pensando que así resultarían aceptables, pero también fueron rechazadas, con cualquier referencia religiosa tachada con rotulador por los profesores responsables. El chico recibió incluso una carta formal advirtiéndole que “el contenido religioso no es apropiado” y que “no se le permitiría” pronunciar el discurso tal como estaba en los borradores. Unas horas antes de la graduación, el director del colegio convocó a Brooks y a sus padres, para advertirles que si su hijo “introducía contenido religioso, se cortaría el sonido y se leería una exención de responsabilidad ante los espectadores, explicando la postura del distrito”.
Ciertamente, después de todo esto, nadie habría reprochado a un chico de dieciocho años que se plegara a la imposición del colegio. Pero este chico, según sus propias palabras, sólo deseaba comunicar “algo significativo y que tuviera un impacto positivo duradero” y no quería “traicionar su fe”. Así que presentó un último discurso a las autoridades escolares por correo electrónico un rato antes de que empezara la graduación, pero no tuvo respuesta.
Brooks fue a la graduación y pronunció un discurso ante sus compañeros en el que se mencionaba a Dios: “Que el Dios de la Biblia os bendiga a todos y cada uno de vosotros, todos los días, durante el resto de vuestras vidas”. Y “voy a terminar con una cita del mayor bestseller de la historia: ‘Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se vuelve sosa, ¿cómo se la salará? Para nada vale ya, más que para tirarla fuera y que sea pisoteada’. Sed la sal de la tierra, sed fuertes, defended vuestras convicciones y haced lo que es correcto, ético, moral y piadoso, sin importar lo que os cueste”.
¿Y qué pasó? Nada. La administración del colegio no se atrevió a censurar el discurso. Como suele suceder con los matones, ante una oposición decidida se echaron atrás. Bien por Brooks.

¿Y qué ha pasado en España? Que llevamos décadas cediendo ante los matones y, al final, o bien hemos llegado a pensar como ellos o tendremos que dar gracias si nos dejan vivir calladitos, bien encerrados en nuestras Iglesias, sin atrevernos a levantar la voz contra las barbaridades que se realizan en nuestro país con el beneplácito del Estado. Podemos quejarnos, pero la triste realidad es que la culpa es sólo nuestra.

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