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viernes, 16 de mayo de 2014

Cómo perseverar en la oración


Tal vez te haya sucedido que sales de un taller de oración, de ejercicios espirituales o de un retiro con el gran deseo de mejorar tu comunicación con Dios y al poco tiempo vuelves a las mismas... Regresas a los ejercicios el año entrante y después de un mes, otra vez lo mismo.... Y entonces concluyes que los ejercicios o los talleres no sirven, o que la vida de oración no es lo tuyo y te desalientas.
Conviene reflexionar bien dónde está el problema principal para poder poner soluciones adecuadas.
La perseverancia en los buenos propósitos es todo un reto; ciertamente lo es para mí. Antes de los talleres de oración que imparto, suelo hacer una encuesta a los participantes. Les pregunto cuáles son las principales dificultades que han encontrado para crecer en su vida de oración. Invariablemente la mayor parte del grupo responde: la falta de perseverancia. ¿Por qué? Por falta de constancia y de determinación.

El crecimiento espiritual es obra de la gracia de Dios, pero Dios necesita nuestra colaboración. La semilla necesita buena tierra para germinar, crecer y dar fruto (cfr. Parábola del sembrador Mc 4, 1-20).
Hay que salir del retiro, de los ejercicios o del taller de oración con una o dos resoluciones concretas y con la firme determinación de poner los medios para mejorar la propia vida de oración.
Luego viene lo más exigente: la constancia, la perseverancia en los buenos propósitos, renovándolos día a día, en cada momento presente. Esto requiere fuerza de voluntad: está comprobado que la fuerza de voluntad es un hábito detonador de muchos otros hábitos. Conforme vas creciendo en edad y madurez, puedes crecer también en fuerza de voluntad, pero tienes que empeñarte, es tarea y responsabilidad tuya, nadie puede hacerlo por ti.
Junto a la firme determinación y a la constancia, conviene poner otro gran medio: el equipo o grupo de oración.
Cuando te propones algo arduo o exigente, es innegable el beneficio de afrontar el reto junto con otras personas que quieren lograr lo mismo que tú. Piensa en las dietas, el ejercicio diario, el alpinismo, la sobriedad del alcohólico (uno de sus grandes secretos de éxito de Alcohólicos Anónimos es la reunión semanal de grupo); hay mayores garantías de éxito si luchas junto con otros.
Menciono algunos de los beneficios que trae un grupo o equipo de oración para quienes quieren crecer en su comunicación con Dios:
1. Compartir la inquietud de la búsqueda, sus testimonios de vida, sus aspiraciones, sus experiencias, sus conocimientos, su confianza. Compartir contagia y estimula.
2. Aprender: recomendarse e intercambiar lecturas, materiales, medios de formación y perseverancia
3. Aconsejar y recibir consejo para afrontar y resolver problemas y dificultades; levantar al caído, rescatar al perdido
4. Apoyo mutuo: alentarse entre sí, estimularse cuando están cansados, acompañarse, darse fuerza, solidarizarse con las alegrías, las penas y las pérdidas del otro
5. Disfrutar y gozar juntos la paz del encuentro y la alegría de celebrar la propia fe con los amigos
6. Cumplir: cuando han hecho el acuerdo de reunirse cada semana o cada quince días para aprender y orar juntos, los otros te ayudan a cumplir cuando no tienes ganas o quisieras aceptar otros compromisos
7. Sostenerse rezando los unos por los otros
8. Orar juntos: esto trae consigo como beneficio insuperable la presencia del Espíritu Santo: "Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)
Las comunidades de oración tienen un fundamento bíblico. En Gn. 2,18 leemos: "No es bueno que el hombre esté solo" y en el Evangelio vemos cómo Jesús forma un grupo con los discípulos, les llama "a estar con Él" (Mc 3,3) y les invita a amarse los unos a los otros (Jn 13,34) "El hombre es por su íntima naturaleza un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás." (GS 12)
El punto de referencia de los grupos de oración es la comunidad de los apóstoles reunidos en torno a Cristo. Vemos a Cristo vivir, orar y misionar con los apóstoles. Después de la muerte de Jesús y de la Ascensión los apóstoles siguen viviendo de la misma manera: se reunieron para orar con un mismo espíritu (Act 1,14) y para perseverar en el amor fraterno (Act 2,42); "La multitud de los creyentes no tenían sino un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32). Lo comparten todo y viven con un mismo espíritu, que es el mismo Espíritu de Cristo que se ha derramado sobre ellos (Rm 5,5)
Con la presencia del Espíritu Santo dentro de sus corazones, los grupos de oración como comunidades de vida cristiana, "se ayudan mutuamente a llevar las cargas" (Ga 6,2) a vivir la caridad cristiana (Rm 13,10) y a gozar los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5,22)
La vida de equipo, los grupos o comunidades de oración, son verdaderamente un gran medio de perseverancia y crecimiento espiritual. San Juan Pablo II lo tenía muy claro al trazar el programa para el tercer milenio: "Para una pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración." Por ello, "nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración." (Novo Millennio Ineunte 32,33)
Mi consejo personal es que los adultos lo hagan en parejas y pienso sobre todo en las parejas jóvenes. Tengan primero un retiro, ejercicios o taller de oración como matrimonios (para así estar todos en sintonía y dejar que el Espíritu Santo mueva los corazones y dé el banderazo de salida), e inmediatamente formen el grupo de oración entre parejas afines, reuniéndose cada semana o cada quince días para continuar su formación bajo un guía y para orar juntos.
Y, muy importante, poner el grupo en manos de la Santísima Virgen María, para que ella les ayude a perseverar y forme a cada uno a imagen de su Hijo. Así lo hicieron los apóstoles reunidos en el Cenáculo.

Autor: P. Evaristo Sada, L.C. https://www.facebook.com/PadreEvaristoSadaLC


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