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miércoles, 15 de mayo de 2013

Jesús a María Magdalena: "Suéltame"


“λέγει αὐτῇ Ἰησοῦς, Μή μου ἅπτου, οὔπω γὰρ ἀναβέβηκα πρὸς τὸν πατέρα: πορεύου δὲ πρὸς τοὺς ἀδελφούς μου καὶ εἰπὲ αὐτοῖς, Ἀναβαίνω πρὸς τὸν πατέρα μου καὶ πατέρα ὑμῶν καὶ θεόν μου καὶ θεὸν ὑμῶν".
Un jovencísimo lector me ha hecho llegar una duda acerca de la interpretación de un pasaje del IV Evangelio, en el que Jesús dice a María Magdalena: “No me toques, que todavía no he subido al Padre” (Jn 20,17). Yo no soy un especialista en la exégesis neotestamentaria, esa ciencia tan complicada que puede, bien entendida, acercarnos a la Escritura o, por el contrario, alejarnos de ella, como una sobredosis de crítica literaria puede apartarnos del gozo de la literatura, que supone una cierta inmediatez con el texto, sin infinitos filtros que nos hagan sospechar que lo que leemos no es en realidad lo que leemos.

No es extraño que un jovencísimo lector se sorprenda de ese versículo. Nos sorprendemos todos. Y el mismo Catecismo habla, al respecto, del carácter velado de la gloria de Cristo Resucitado que se transparenta en sus “palabras misteriosas” a María Magdalena (n. 660). La revelación es revelatio, manifestación, y re-velatio, volver a velar; es decir, ocultamiento.
¿Qué significa pasar de este mundo al Padre? ¿Qué quiere decir entrar con el propio cuerpo en la gloria de Dios? Nuestro lenguaje es limitado, se refiere a lo que, en este mundo, podemos ver y tocar, ya que para “inteligir” es necesario “sentir”. La irrupción, en este mundo, de un mundo nuevo, no encuentra analogías ni parangones fáciles. Los datos de la fe que aluden al “otro mundo”, a la vida definitiva en Dios, no pretender saciar nuestra curiosidad, sino sostener, de modo fundado, nuestra esperanza. Una geografía de las “realidades útimas” resulta, con Barroco o sin él, inútil y hasta contraproducente.
Pero la revelación sería imposible sin una especie de intersección entre lo divino y lo humano, de irrupción del mundo nuevo en el mundo viejo. Por eso, no debemos espiritualizar en exceso la Resurrección de Cristo, ni tampoco materializarla en exceso. Con sano equilibrio, el Catecismo habla de la Resurrección como de un acontecimiento, a la vez, histórico y trascendente. Histórico, porque se hace presente, por medio de signos, en nuestro mundo. Trascendente, porque supone el inicio de un nuevo mundo, de un mundo cuyas coordenadas son celestiales, divinas.
El cuerpo del Resucitado es un cuerpo auténtico y real que posee al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: “no está situado en el espacio y en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere […] porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre” (Catecismo 645).

Su humanidad “ya no puede ser retenida en la tierra”. Aquí encuentro yo la clave de las palabras que Jesús dirige a la Magdalena: “No me toques”; es decir, no sigas tocándome, no quieras retenerme en esta tierra, suéltame, déjame recorrer el tramo final, entrar para siempre en el Padre. María hace con Jesús lo que cualquiera de nosotros haríamos con las personas amadas: resistirnos a su partida, querer conservarlos con nosotros para siempre.
En el texto griego, las palabras de Jesús están en imperativo presente, interruptivo de un contacto ya existente: “mê mou haptou”. “No me toques”, podemos decir a alguien que ya nos está tocando. En realidad, lo que le decimos es: “Suéltame”. María Magdalena quiere que Jesús se quede en su hogar, en el hogar de ella, en esta tierra. Y Jesús le responde que su verdadero hogar, el de Él ya ahora, y el de ella y de los demás cristianos, más adelante, no es esta tierra, sino el Padre.
Ni Magdalena entonces, ni nosotros, ni la Iglesia peregrina, ha llegado ya, a diferencia de Jesús, al estado final. Jesús ya ha pasado por la muerte, venciéndola. Nosotros todavía no. Jesús ha llegado a la meta, nosotros aún no. Aunque Él, en la meta, tirará de nosotros hacia sí, para hacernos entrar en su nivel.

Benedicto XVI, en una homilía del Corpus Christi (26.V.2005), habla de la precedencia de Jesús Resucitado. Nos precede en una doble dirección: Hacia Galilea y hacia el Padre. Nos precede en Galilea (Mt 28, 7), enviándonos a la misión: “Id y haced discípulos a todas las gentes”. Nos precede ante el Padre, “sube a la altura de Dios y nos invita a seguirle”. Y añade el Papa: “Estas dos direcciones del camino del Resucitado no se contradicen, sino que indican juntas el camino del seguimiento de Cristo. La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios, Dios mismo es la casa de las muchas moradas (Cf Jn 14, 2 y siguientes). Pero sólo podemos subir a esta morada caminando «hacia Galilea», caminando por los caminos del mundo, llevando el Evangelio a todas las naciones, llevando el don de su amor a los hombres de todos los tiempos”.
Como a María Magdalena, Jesús nos dice: “Suéltame”, ve a cumplir la misión, hasta que llegue el momento de reecontrarnos en el Padre. Allí nos reuniremos, tras el tramo final del camino, cuando Dios lo sea todo en todos (1 Cor 15,28). Mientras tanto, el trabajo, la paciencia y la esperanza.
Guillermo Juan Morado.
PS. Se trata de un post ya publicado hace tiempo. Hoy creo que viene a cuento recordarlo.
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El itinerario del año litúrgico es una magnífica escuela de vida cristiana. Por eso, el seguimiento y la reflexión, domingo tras domingo, de la Palabra de Dios proclamada en la Eucaristía será la mejor guía para caminar por el camino de la fe. Partiendo de la Pascua, este libro nos introduce en el sentido profundo de la presencia del Señor en nuestras vidas, y a partir de ahí nos invita a descubrir su enseñanza y lo que el mensaje evangélico implica para nosotros, si queremos ser fieles a la fe que profesamos. Guillermo Juan Morado (Mondariz, Pontevedra, 1966), sacerdote diocesano de Tui-Vigo y doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es director del Instituto Teológico de Vigo, párroco de la parroquia de San Pablo y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo. Autor de distintos trabajos de teología y de espiritualidad, Guillermo Juan Morado completa con este libro la reflexión que inició, en esta misma colección, con el volumen titulado La cercanía de Dios.


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