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viernes, 14 de diciembre de 2012

Muchos casos de lesbianismo se pueden prevenir (3 de 4)


Siglos enteros de clara discriminación y agresividad contra la población homosexual hacen que una proporción notable de gente de nuestro tiempo se sienta con complejo de culpa a la hora de hablar del asunto. Algunos comentarios recibidos en entregas anteriores sobre este mismo tema así lo reflejan. Van en la línea de : “Oye, ya los hemos maltratado bastante, ya déjalos en paz…”
Dejarlos en paz equivaldría, en la práctica, a garantizar para ellos y ellas una convivencia pacífica y una integración plena dentro del aparato jurídico del Estado, así como en el desarrollo de la vida laboral, familiar, afectiva, etc. En otros términos: este “dejar en paz” no es quedarse tranquilo sino luchar por la extensión de unos mismos derechos civiles, incluyendo por supuesto el reconocimiento del matrimonio gay, su adopción de niños, y todo aquello que, por ejemplo en España, ha sido bandera del Partido Socialista.
Yo creo que uno no tiene que obrar sobre la base de ningún complejo, y mucho menos un complejo de culpa. La discriminación hacia los homosexuales en el pasado no la tienen que pagar las generaciones futuras. Corresponde a nosotros mismos exorcizar nuestros propios fantasmas, romper muros de silencio, y acoger estas historias que a menudo tienen tanto dolor. Es cómodo no enterarse del dolor; es cómodo decir a la persona: “De acuerdo, eso es lo que tú eres ahora,” sencillamente para no explorar las raíces que llevaron a ese ahora. Incluso si la persona ha hecho costra y no esté interesada en hablar, ello no cambia fundamentalmente las cosas.
Detrás de una “Gay Parade,” detrás del “Orgullo Gay,” con todo el fasto que se le ponga, hay muchas lágrimas y un espantoso vacío. Yo no veo cómo se puede ser cristiano y aplaudir la belleza de una costra maquillada que lleva tras de sí heridas que no han empezado a sanar.
A veces me pregunto qué clase de sociedad esperan construir los que propenden por un “dejar en paz.” Yo la llamo la sociedad de las mónadas. Leibniz habló del universo como mónadas que coexisten e interactúan sin que nunca ninguna cambie a la otra. Este mundo monádico es extraordinariamente útil para un Estado totalitario, porque con ese modelo el único interlocutor y árbitro de los individuos es precisamente el mismo Estado. En esto no cabe ser ingenuos: la exaltación del “individuo” no es amor al individuo sino control sobre los medios alternativos o intermedios de asociación. La extrema Derecha y la extrema Izquierda se abrazan aquí: ambos detestan las voces que puedan interponerse entre el individuo y la consolidación en el poder de los que detentan el poder.
Por eso hay que destruir el hechizo del “Dejar en Paz,” y para ello basta con descubrir que intervenir no necesariamente es irrespetar, y conocer no necesariamente es violentar. Prevenir, en cambio, es uno de los más preciosos actos del amor.
Si después de años descubro que las vidas de tantas niñas han sido arruinadas por defectos serios en el entorno familiar, y descubro que algunas de ellas desarrollan una tendencia lesbiana a raíz de ese entorno, ¿qué es lo maduro y sensato por hacer, pregunto yo? ¿Qué es lo cristiano y civilizado? ¿Dejar que eso siga sucediendo? ¿Callarme y ayudar a que la que hoy es niña crezca en su lesbianismo “libremente” adoptado, y entonces ayudarla a que se prepare para la próxima marcha del orgullo de haber “decidido” ser así? ¿Es que de veras esa fue una decisión, o fue más bien coerción lo que hubo en ese caso?

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