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martes, 25 de diciembre de 2012

La Confirmación, asunto complicado. La celebración del sacramento.


Antes de comenzar con este tema, quiero excluir cualquier apariencia de pesimismo o ligereza. La verdad es que en todas nuestras parroquias, también en los Colegios católicos, existe un interés extraordinario en torno al sacramento de la Confirmación. Una atención compartida por los sacerdotes, los catequistas, las familias y los propios jóvenes. Podrá haber deficiencias. Pero el dato central es enormemente positivo. No es fácil mantener alrededor de las parroquias a tantos jóvenes en esas edades tan difíciles y tan decisivas para el conjunto de la vida. Parece que las cifras de los niños y jóvenes que reciben el sacramento están descendiendo, pero aun así contamos con una hermosa oportunidad de evangelización y formación de muchos jóvenes.
La celebración del sacramento de la Confirmación sigue siendo objetivo central en la actividad pastoral de la mayoría de las parroquias, y en la vida de los mismos chicos y chicas que se preparan para recibirla. Incluso podríamos preguntarnos si el interés y el esfuerzo que se despliega en torno al sacramento de la Confirmación no es desproporcionado en relación con lo que hacemos en torno a otros sacramentos por lo menos tan importantes o más, como pueden ser el Bautismo, la Eucaristía, el Matrimonio o el mismo sacramento de la penitencia y del perdón.
En realidad lo que hacemos en torno a este sacramento forma parte de algo tan importante como la iniciación cristiana, que tiene que ser, en nuestra tierra, el capítulo central de la evangelización. Pero el criterio fundamental para juzgar el acierto de las celebraciones son los frutos. Por eso tenemos que preguntarnos ¿cuáles son las consecuencias reales de estas celebraciones en la vida de nuestros jóvenes? En España confirmamos varios miles de jóvenes cada año. Justo es que nos preguntemos qué estilo y qué grado de vida cristiana llevan los recién confirmados en los años que siguen al de su Confirmación..
Un gran esfuerzo… ¿Con buenos resultados?
No quiero ser pesimista ni excesivamente exigente. Sé perfectamente que no podemos pretender controlar nosotros los frutos espirituales que se puedan producir en la vida de los cristianos. No sabemos ni cómo ni cuándo la gracia de Dios consigue sus frutos en la vida de nadie. Lo nuestro no es llevar la contabilidad de la vida espiritual de los cristianos, sino sembrar y sembrar y ayudar sin desfallecimiento. Seguros de que la gracia de Dios no trabaja en vano. Pero todos sabemos que es una preocupación general el resultado de nuestro trabajo pastoral en torno al sacramento de la Confirmación. Muy pocos de los jóvenes confirmados continúan practicando regularmente la vida sacramental.
Es casi un recurso común el decir que después de la Confirmación los jóvenes dejan de frecuentar la Iglesia y los perdemos de vista. Yo soy testigo de que no es todo así. Hace unos años había parroquias donde continuaban en grupos de formación hasta el 50 %. Seguramente este porcentaje se daba en muy pocas parroquias. Pero eran bastantes las que conseguían mantener en la vida eclesial y parroquial hasta el 10 ó el 15 % de los confirmados.
Con todo hay que reconocer que en este capítulo de la pastoral estamos haciendo un gran esfuerzo. Estoy seguro de que este trabajo no ha de ser inútil. Nunca habíamos tenido a nuestro alcance tanto número de jóvenes para una acción catequética tan preparada, tan atendida y tan prolongada. En esto y en otras muchas cosas, tengo la convicción de que las cosas que se hacen bien y con recta intención siempre dejan buen fruto…
Sin embargo, sigue en pie la pregunta inicial, ¿qué fruto se ve en nuestras comunidades del esfuerzo de la Confirmación? ¿Estamos haciendo bien la iniciación cristiana de nuestros jóvenes? Estas preocupaciones me parece que apuntan hacia el problema básico de nuestra pastoral, que es la iniciación de nuestros fieles en la vida cristiana. Todos los demás objetivos de la labor pastoral dependen de cómo se resuelva ésta cuestión primordial. Si nuestros cristianos nunca llegan a serlo de verdad, por falta de una iniciación verdadera (formación, conversión, celebración, práctica de las virtudes y actividades cristianas), luego no tampoco podremos esperar mucho de ellos.
Celebraciones muy preparadas. ¿Bien preparadas?
A lo largo de mi vida episcopal, he intervenido en centenares y miles de celebraciones. Normalmente todas estaban muy bien preparadas. No se puede decir que sean celebraciones improvisadas o rutinarias. Pocas celebraciones se preparan tanto. Otra cosa es si la preparación tenga siempre claros los objetivos y los puntos más interesantes. A veces se peca por exceso, dando a las celebraciones una excesiva teatralidad, con actuaciones un poco forzadas y poco o nada vividas, preparando numerosas ofrendas que no son ofrendas, haciendo que salgan a leer las lecturas con excesiva precipitación o ligereza, preparando unas preces poco sentidas o poco realistas.
Se nota con frecuencia bastante dispersión y excesiva multiplicidad. Se inventan cosas para que todo el mundo pueda salir a hacer algo. Parece que así quedan más contentos. A veces, en ciertas celebraciones, se echa de menos una idea unitaria, en torno a la naturaleza del sacramento, una participación espiritual y reposada en la verdad del sacramento. Las intervenciones suelen estar a cargo de los mismos candidatos, pero el tener que intervenir, subir y bajar, los tiene nerviosos y distraídos de lo que es principal para ellos en esos momentos. A veces una misma idea o una misma monición la hace el párroco, la vuelve a hacer un catequista y vuelven a decir los mismo los jóvenes o alguno de los padres o padrinos. De este modo se alarga la ceremonia sin necesidad y se diluye la importancia de lo que verdaderamente es esencial.
El objetivo principal
Así que, como criterio general tendríamos que procurar que la preparación y el despliegue de movimientos y participaciones se oriente más hacia la intimidad de la oración y el fervor personal de la participación espiritual que a la multiplicación de movimientos, añadiduras y espectacularidad exterior. Sin descuidar el cómo, hay que pensar sobre todo en qué es lo que celebramos. Para eso no hace falta añadir muchas cosas ni complicar la celebración con textos o gestos añadidos. Vale más hacer lo justo, pero con tranquilidad y reposo, para que los confirmandos, los padrinos y los asistentes, entren de verdad en la celebración, en el sentido y el alcance de las oraciones, de los gestos, de las intenciones del rito mismo.

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