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martes, 12 de abril de 2011

JESÚS DE NAZARET HOY: LA ALTERNATIVA DE JESÚS


Prof. José Antonio Pagola Elorza
Aula de Teología de la U.C.
3 de noviembre de 2010
Muchas gracias, en primer lugar, a la Universidad de Cantabria por invitarme a hablar de Jesús en  este Paraninfo, que yo no conocía y que impone un poco…
Nada me puede dar más alegría a mí que hablar de Jesús y, sobre todo, hacerlo en un foro abierto donde es fácil que puedan escuchar creyentes y no creyentes, lo que todavía me da una alegría más grande.
Quiero empezar por deciros que hoy, en los sectores preocupados por Jesús y por investigar la historia de Jesús, se está hablando con un lenguaje muy nuevo; os voy a decir algunas de las cosas que se están diciendo de ese Jesús al que nosotros queremos y creemos que es nuestro, que sólo pertenece a nuestra Iglesia. Hoy, personas que incluso no son creyentes dicen cosas como ésta: Jesús no pertenece sólo a los cristianos; es patrimonio de la humanidad. otras afirman: Sin duda Jesús es lo mejor que ha dado la historia y sería una tragedia si un día la humanidad lo olvidara. También: Jesús no sólo ha inaugurado una nueva religión, sino una nueva era. Nunca la historia ha producido, dicen algunos, un símbolo religioso más grandioso que el proyecto de Jesús, que llaman Reino de Dios. Si el mundo lo atendiera cambiaría; si se convirtiera en el eje vertebrador de las culturas, de las políticas y de las religiones, la humanidad viviría con un horizonte de esperanza que hoy no puede sospechar. y otros: sí es cierto que está en crisis, el final quizás de una religión cristiana, muy condicionada por la filosofía griega y el derecho romano, pero estamos en el pórtico de un desarrollo nuevo del movimiento de Jesús.
Jesús todavía no ha dado lo mejor, Jesús todavía puede ser una verdadera sorpresa, y estoy viendo, cada vez más, que se habla de Jesús como el alma que necesita este mundo para vivir de una manera más digna y más esperanzadora. De este Jesús quiero hablar yo ahora. La conferencia de hoy lleva el título “La alternativa de Jesús”; es un intento de resumir con un poco de claridad y de manera un poco viva el proyecto de Jesús.
Los creyentes creemos que en ese hombre se ha encarnado Dios; otros no lo creerán así, pero a todos, desde luego a los creyentes, nos interesa ver, cómo ha vivido este hombre y que es lo que ha querido introducir en la historia humana.
Todos sabemos que Jesús nació en Galilea donde, en los años 30 no se conocía, obviamente, una separación entre lo que hoy nosotros, de una manera espontánea, sabemos diferenciar: lo económico, lo cultural, lo político, lo social… Esto no era posible en la sociedad que vivió Jesús; en arameo ni siquiera existe una palabra para decir “religión”. Por supuesto que Jesús era un hombre religioso, pero vivió en una sociedad donde lo religioso estaba implicado, orientando, justificando, impulsando toda una manera de entender y de vivir la vida y la sociedad, hasta tal punto que, en aquel momento, para los hebreos la Torá, la ley de Moisés, la ley de Dios es, al mismo tiempo la Constitución, por decirlo así.
En cuanto nos acercamos a Jesús vemos que, en esa sociedad, no es un escriba, un maestro de la ley, tampoco es un sacerdote; no enseña propiamente una doctrina; nosotros a veces hemos imaginado que lo más específico de Jesús era enseñar la verdadera religión, una doctrina que luego los discípulos tendrán que difundir de manera correcta, pero no es así. En el centro de la predicación de Jesús más allá de una doctrina hay un hecho, un acontecimiento, algo que está sucediendo, que Él está experimentando y que quiere contagiar a todos.
Todos los investigadores están de acuerdo en que el resumen que hace el evangelista Marcos -el primer evangelista- es el más correcto; dice así: Jesús anunciaba la Buena Noticia de Dios, a Dios como algo nuevo y bueno. Jesús anuncia que el Reino de Dios se está acercando, que este Dios no quiere dejarnos solos frente a los problemas y los desafíos, sino orientar nuestra vida de manera sana, dichosa; Jesús invita a cambiar de manera de pensar y de hablar, invita a creer en esta Buena Noticia, a vivir creyendo en Él. Jesús percibe que ha empezado un tiempo nuevo, pero hay que acogerlo. Hoy todos los investigadores piensan que el Reino de Dios fue la verdadera pasión de Jesús, el núcleo, el corazón de su mensaje, la pasión que inspiró toda su vida y también la razón por la que fue ejecutado. “El Reino de Dios es la alternativa de Jesús”.
Por supuesto, el Reino de Dios es mucho más que una religión, va mucho más allá de las creencias, los preceptos y los ritos de una religión; es una manera de entender y de vivir a Dios que lo cambia absolutamente todo. Como veréis, Jesús ha querido introducir en el mundo una experiencia nueva de Dios que nos permita vivir de una manera nueva, con una esperanza y con un horizonte diferente; es el proyecto, el Reino de Dios.
Lo sorprendente es que Jesús nunca explica lo que es el Reino de Dios con un lenguaje conceptual; no sabe hablar con un lenguaje solemne, como los sacerdotes del templo; ni con el lenguaje legalista de los maestros de la ley; Jesús es un poeta. Hoy se está valorando muchísimo la dimensión poética de Jesús; las metáforas, las imágenes y sobre todo las parábolas de Jesús en esa época -siglo I- es de lo mejor que hay en la literatura mundial. Con ese lenguaje parabólico, más que hablar de doctrinas Jesús habla de cómo sería la vida si hubiera más gente que se pareciera a Dios.
En el fondo, Jesús llevaba dentro esta pasión, este fuego: ¿Cómo sería la vida en el Imperio Romano si en Roma no reinara Tiberio, sino Dios, es decir, alguien que hiciera lo que Dios quiere para la humanidad…? ¿Cómo cambiaría Galilea si en Séforis y más tarde en Tiberíades no reinara Antipas, sino alguien que mirara las cosas como las mira Dios…? ¿Cómo cambiaría la religión del Templo, en Jerusalén, si no estuviera Caifás y reinara un sacerdote que de verdad quisiera lo que quiere Dios…? Esa era la obsesión de Jesús. Y nosotros tendremos que preguntarnos, ¿cómo sería nuestra sociedad y nuestra Iglesia, si hubiera, cada vez más, personas, hombres y mujeres, que se parezcan un poco a Dios?
Para hablar del “reino”, Jesús utiliza un término político, no religioso; los evangelistas lo traducen al griego y emplean la expresión basileia, palabra que, en los años 30 sólo se utilizaba para hablar del Imperio Romano, el Imperio de Tiberio. Mientras Jesús estaba en Galilea, Tiberio estaba descansando en Capri; era un hombre mayor que sólo quería riquezas, honor, poder… pero era quien, con las legiones romanas, había creado el Imperio de Roma, la Pax Romana, el orden internacional… todo lo cual, en Jerusalén, donde los sumos sacerdotes hablaban perfectamente el griego, se definía con el término, basileia.
Podéis imaginar la sorpresa, la expectación y también el recelo que tuvo que provocar Jesús cuando empezó a decir que estaba cerca el Reino de Dios –no el de Tiberio- e invitaba a todos a entrar en ese Reino. ¿Qué pretendía Jesús al introducir un “reino” que no es de un político, ni de una religión, sino de Dios?
Nosotros, al rezar el Padre Nuestro decimos: Venga a nosotros tu Reino; no pedimos ir al cielo, sino pedimos con Jesús que venga primero aquí, a la misma tierra su Reino. ¿Qué quiere decir, entonces, Jesús cuando nos invita a entrar en el Reino de Dios? Para empezar, que nos tenemos que salir de otros reinos, el reino de la violencia, el reino del dinero, el reino del terrorismo… para “entrar” en el “Reino de Dios”.
Voy a tratar de explicar qué es, para Jesús, este proyecto del Reino de Dios. Lo desarrollo en cuatro puntos:
§  En el proyecto de Dios el principio de actuación, la ley suprema es el amor, dicho de modo más concreto, la compasión.
§  En segundo lugar, la dignidad de los últimos como meta. Jesús quiere orientarlo todo hacia los últimos. El Reino de Dios es crear entre todos, con la colaboración de Dios, una sociedad más humana, más digna, más amable, más feliz, más dichosa, empezando por los últimos. Es la única manera de actuar. Esto de “empezando por los últimos” hay que decirlo siempre cuando hablamos de Jesús.
§  Tercero, la acción curadora como programa. Jesús ha venido a curar la vida.
§  Y por último, no hay que olvidarlo porque lo que necesitamos todos, el perdón como horizonte. ¡Cómo no va a haber perdón para todos, si Jesús en la cruz pidió perdón para los que le estaban ejecutando; no estaban arrepentidos, y Jesús los disculpa, Jesús, el hijo de Dios encarnado grita al Padre: perdónalos, no saben lo que hacen.
1. La compasión como principio de actuación
      Dios es compasivo; ésta es la base de la actuación de Jesús. Hoy la investigación está de acuerdo, de forma unánime, en que Jesús de Nazaret ha vivido y ha comunicado una experiencia sana de Dios: Jesús no ha proyectado sobre el rostro de Dios, miedos, ambiciones, fantasmas… que todas las religiones, incluso la cristiana terminan proyectando en Dios.
      Jesús nunca habla de un Dios indiferente, frío, desentendido de los hombres, de espaldas a nuestros problemas… Tampoco vemos que Jesús presente un Dios preocupado por sus intereses, su gloria, su liturgia, su templo, su sábado… La preocupación de Dios somos nosotros. Ni habla tampoco de un Dios que quiera dirigir el mundo con las leyes naturales que ha introducido el Creador en la misma realidad de la creación -una teología muy valiosa que viene de Grecia, de la filosofía griega-. En el sustrato de la experiencia de Dios que tiene Jesús está que Dios es compasivo, tiene “entrañas”; la compasión es la reacción primera de Dios ante sus criaturas. Por así decir, lo primero que Dios siente al mirarnos es compasión. Jesús dice que Dios siente hacia sus hijos e hijas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en sus entrañas; es decir, Dios nos lleva en sus entrañas.
      Las parábolas más bellas, las que Jesús más trabajó, y probablemente las que más repitió, son siempre aquellas con las cuales quiere contagiar a la gente su experiencia de un Dios compasivo.
      En la parábola que solíamos llamar “el hijo pródigo”, en realidad el protagonista no es el hijo, sino el padre bueno. Los primeros que escucharon esta parábola tuvieron que quedar totalmente sorprendidos; no era esto lo que escuchaban de los maestros de la ley en la Sinagoga, ni tampoco de los sacerdotes de Jerusalén en el templo. ¿Será Dios así? ¿Como un Padre que no se preocupa por su herencia, sino que respeta el comportamiento de sus hijos, incluso cuando cometen disparates; que no está obsesionado por su moralidad, pero que sigue de cerca a todos, al que está en casa y al que está lejos? Un Dios del que uno se puede alejar pero al que puede volver sin miedo alguno, porque le estará esperando. Recordad cómo el Padre está atento a ver si viene el hijo; y cuando lo ve todavía lejos, el padre se conmovió –literalmente: “le temblaron las entrañas”-, perdió el control y echó a correr y lo besaba y abrazaba efusivamente… ¡en público! Nunca un patriarca de aquellas familias actuaba así, era cosa de mujeres; le trata maternalmente, no le deja que siga confesándose; ya ha sufrido bastante, no le exige nada, no hace ningún rito de purificación, aunque viene impuro. No le exige penitencia, enseguida piensa que hay que descubrirle lo que es vivir junto al padre; vamos a hacer un banquete, dice, y le pide al hijo mayor que venga, que le acoja. ¿Será Dios así? ¿Será Dios alguien que quiere orientarnos a todos hacia una fiesta final en la que se celebrará la fiesta de la libertad, de la dignidad, la verdadera felicidad?
      La parábola habla de hijos perdidos que vuelven al padre y son acogidos por él; de hijos fieles que tienen que acoger al hermano, y habla de banquete, de fiesta, de música, de baile… ¿Será éste el secreto de Dios? ¿Creeremos nosotros en este Dios?
      Hay otra parábola sorprendente que solíamos llamar “los obreros de la viña” aunque, en realidad, el protagonista es el dueño de la viña, un hombre bueno, que quiere trabajo y pan para todos. Como sabéis sale a la plaza a las 6 de la mañana, a las 9, a las 12, a las 3 de la tarde y, por último a las 5… cuando falta sólo una hora para terminar la jornada. Y sorprendentemente a todos les paga un denario, que era lo que necesitaba una familia para vivir cada día en Galilea. Cuando les paga a todos igual, protestan los que llegaron primero, y el propietario, les dice ¿Es que tenéis que ver con malos ojos que yo sea bueno?
      Esa parábola tuvo que despertar un desconcierto general. ¿Qué está sugiriendo Jesús? Este dueño de la viña no se fija en los méritos de cada uno, si ha trabajado mucho o si ha trabajado poco; lo que le preocupa es que, esta noche, todos tengan para comer. ¿Será posible que Dios sea así? ¿Será que Dios, más que estar preocupado por nuestros méritos, está preocupado por responder a nuestras necesidades? Esto rompe todos nuestros esquemas. ¿Qué podían decir los escribas de la ley y qué pueden decir los moralistas hoy? Jesús es desconcertante, Dios es sorprendente. Si Dios es alguien compasivo que, al contrario que nosotros que estamos pendientes de cómo nos responden los demás, bien o mal…, lo primero que siente es compasión hacia nosotros, ésta sería la gran noticia.
      Desde esta experiencia de un Dios compasivo, Jesús va a introducir un principio de actuación, la compasión.
      Jesús se encontró con una sociedad donde había muchos grupos, partidos, espiritualidades… pero todos coincidían en el punto de partida, todos aceptaban lo que en un libro del AT, el Levítico, se dice: Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. El pueblo tiene que ser santo para imitar a Dios santo. ¿Y quién es ese “Dios santo”? El que habita en el Templo sagrado, un Dios que elige a su pueblo, pero maldice a los paganos; un Dios que acepta a los puros y rechaza a los impuros; un Dios que es amigo de los buenos, pero que odia a los pecadores… Sin embargo, a Jesús le llamarán amigo de pecadores; es decir, cuando Dios se encarna en un hombre, a este hombre la gente le ve como amigo de pecadores… menos mal.
      Esta manera de entender la santidad de Dios como algo contrario a lo pecaminoso, lo impuro, lo contaminante, llevó a la sociedad judía que conoció Jesús a ser una sociedad tremendamente discriminatoria y excluyente. Para empezar, los más santos, los que tienen el rango mayor de santidad son los sacerdotes porque tienen que entrar en las áreas más sagradas del templo; y después viene el pueblo… los sacerdotes están, de algún modo, más cerca de Dios, el pueblo más lejos… y se sigue pensando así; yo tengo una vecina, ya mayor, que me suele decir que pida por ella porque a mí Dios me hará más caso… Ella cree que está lejos y que yo, por ser sacerdote, estoy junto a Dios.
      A los varones se les consideraba de una santidad ritual muy superior a las mujeres, siempre sospechosas de ser impuras por la menstruación y por los partos; no podían ser sacerdotisas y no podían entrar en el templo sólo un poquito más adelante que los paganos. Los piadosos, los justos, los observadores de la ley, son los benditos de Dios; los pecadores, los malditos. A los sanos se les consideraba bendecidos por Dios, a los enfermos heridos por Dios; no podían entrar en el templo. ¿Por qué iba a entrar un sordomudo en el templo, si no puede ni oír la ley de Dios, ni cantar los salmos? Es decir, parece que Dios es como nosotros, que siempre nos gusta tener cerca gente agradable, joven, limpia…
      Cuando llega Jesús, tiene que reaccionar desde su experiencia del Dios compasivo, y lo hace de una manera audaz; en vez de decir como el Levítico: sed santos porque yo, el Señor soy santo, Jesús dice: sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo, e introduce un horizonte totalmente nuevo en la historia de la humanidad. Jesús no niega la santidad de Dios, pero deja claro que, lo que califica y define al Dios santo es su compasión; Dios es grande, es santo, no sólo con nosotros; es santo no porque rechace a los paganos, a los pecadores y a los impuros, sino precisamente porque en su corazón santo caben todos. Dios no excluye a nadie; todo el que se acerca a él será acogido, Dios ama sin excluir a nadie.
      Por eso, leed el evangelio y veréis que la compasión no es una virtud más –como podían ser las obras de misericordia-, sino la única manera de empezar a parecernos a Dios. El modo de mirar al mundo con compasión, el mirar a las personas con compasión, el mirar los acontecimientos y la vida entera con compasión, es la mejor manera de irnos pareciendo a Dios. Puede parecer que esto de la compasión no está muy de moda, puede ser sentimentalismo, unos son más bondadosos, tienen más corazón, otros no… pero no es así. Para Jesús la compasión es un principio de actuación; sencillamente es interiorizar el dolor ajeno, que me duela a mí el sufrimiento de los demás y reaccionar haciendo lo posible por esa persona y aliviando su sufrimiento en la medida en que yo pueda.
      Todos recordáis la parábola del buen samaritano. En el camino un hombre herido, abandonado a su suerte. Pasan tres viajeros, primero aparecen un sacerdote y un levita, son los hombres del templo, santos, los que representan al Dios santo del templo; probablemente el herido les vería esperanzado, representan a Dios, tendrán compasión de él… y sin embargo el sacerdote llegó, le vio y dio un rodeo, vino el levita, le vio y dio un rodeo; los dos le han visto, los dos acaban de venir del templo, han dado culto al Dios santo, pero no tienen compasión. Pasa después un odiado samaritano que no viene del templo –lo tenían prohibido en ese momento-; seguramente el herido le mira atemorizado, tiene miedo de que termine con él; los samaritanos y los judíos eran enemigos totales, pero este hombre le vio y –siempre el mismo verbo- tuvo compasión, se le conmovieron las entrañas y se aproximó –se hizo prójimo- e hizo por él todo lo que pudo: le cura, le desinfecta, le venda las heridas, lo monta sobre su cabalgadura y lo lleva a la posada donde cuida de él… tiene compasión.
      ¿Será verdad que el reino de la compasión no siempre llega por los caminos religiosos, sino que puede llegar por la compasión de un hombre que sabe acercarse a un herido? Jesús introduce en la parábola un vuelco total. Los representantes del templo pasan de largo, el odiado samaritano cura compadecido. La compasión derriba todas las barreras; hasta un enemigo tradicional, temido por todos, puede ser cauce de la compasión de Dios. El Reino de Dios se podrá construir desde la religión y desde otros sectores, con tal de que se viva la compasión.
2. La dignidad de los últimos como meta
      “Vivir desde la compasión” era un mensaje que resultaba para todos un fuerte desafío; estaban acostumbrados a vivir desde unos principios religiosos. Cuando Jesús llegó se encontró con una religión, la de Moisés, que llevaba 20 siglos, y que había modelado a todos los grupos, la espiritualidad del templo, unos dogmas que Jesús, desde la compasión, irá diluyendo poco a poco. La elección de Israel les hacía sentirse el pueblo elegido, querían convertirse en “el ombligo de la tierra” y pensaban que, cuando llegase el Mesías de Dios, liberaría al pueblo judío y destruiría al pueblo romano. Cuando llegue el Mesías destruirá a los pecadores y salvará a los santos… sin embargo, cuando llega Jesús les llama a todos a vivir el Reino de Dios, que quiere una vida más digna, más dichosa, para todos, empezando por los últimos. Dice que hay que aprender a vivir desde “otro lugar”, desde la compasión hacia los que sufren, desde la defensa de los últimos, desde la acogida incondicional a todos, desde la defensa de la dignidad de toda persona humana.
      Si leéis los evangelios desde esta clave, no veréis a Jesús preocupado por organizar una religión como las demás, pendiente de cómo hacer la liturgia, los sacrificios de otra manera distinta, más digna… sino que le veréis llamando a todos a acoger a este Dios compasivo y a crear una sociedad nueva, mirando hacia los últimos. Esto era una revolución.
      En Israel estaba todo muy claro; Dios intervendría para destruir a los enemigos y aniquilar a los impíos; pero llega Jesús y sorprende a todos porque no se pone de parte del pueblo elegido y en contra de los romanos; el Reino de Dios no se va a construir destruyendo y dominando unos pueblos a otros. Todos esperan al Mesías –o a Dios, según las versiones- que destruya a los pecadores y salve a los justos; sin embargo, Jesús se acerca a los pecadores y acoge a todos a su mesa.
      Así les hace ver que el Reino de Dios no va a consistir en la victoria de los buenos para hacer pagar a los malos su pecado. Jesús llama a todos a la conversión y a vivir mirando a los últimos, a los más necesitados, a los más indefensos y olvidados. Y empieza a utilizar un lenguaje provocativo: las bienaventuranzas, que no son una larga lista que Jesús dijo una tarde en que estaba más inspirado, sino que son gritos que Jesús da en distintos momentos de su vida y que las comunidades cristianas recogen y juntan para la catequesis.
      Yo voy a recordar las tres que todos piensan que ciertamente provienen de Jesús. Cuando Jesús ve a aquella gente, los campesinos de Galilea que se están quedando sin tierra, presionados por las deudas de los tributos… les dice: Felices vosotros, los que no tenéis nada, pobres, indigentes porque tenéis como rey a Dios. Es vuestro el Reino de Dios; el Reino de la compasión, de la bondad, de la justicia, os pertenece, antes que a nadie, a vosotros. Jesús ve que tienen hambre, ve sobre todo a los niños, los niños de la calle, ve el hambre de las mujeres, y les dice Dichosos vosotros que estáis pasando hambre porque Dios os quiere ver saciados; un día lo veréis, sois los primeros… Jesús ve cómo lloran aquellos campesinos al quedarse sin tierras; lo más duro para un campesino es no haber podido defender sus tierras, o cuando están recogiendo las cosechas y ven que de Séforis vienen ya los recaudadores, escoltados por unas pequeñas tropas para llevarse lo mejor; y Jesús les dice: Dichosos los que ahora lloráis porque un día reiréis,  un día Dios os hará felices.
      Todos tenemos que empezar a mirar hacia ellos. Jesús hablaba con toda convicción; lo que él dice yo lo traduciría hoy así: los que no interesan a la gente son los que más le interesan a Dios; los que sobran en los imperios que construimos los hombres, el “material sobrante”, son los que Dios acoge; los que están más olvidados, los indefensos, esos son los que, antes que nadie, tienen como defensor y Padre a Dios. Jesús es muy realista, no piensa que van a desaparecer el hambre y las lágrimas en Galilea, lo que sí hace es darles una dignidad indestructible a todos los que son víctimas de abusos y de injusticias.
      Fijaos cómo tendríamos que aprender a mirar la vida; para Dios, el Dios compasivo,
todas esas personas que nos molestan porque nos piden, los que están en la calle, los abandonados, los sin techo… son los primeros. Y esto quiere decir que Jesús le da a su dignidad una seriedad absoluta; en ninguna parte se está construyendo bien la vida, si no se está mirando a los últimos. España no va bien, Europa no va bien, el mundo no va bien, mientras nosotros miremos sólo por nuestros intereses y estemos amontonando cada vez más millones de hambrientos en el mundo. Y ninguna religión será bendecida por Dios si no es una religión compasiva; la compasión nos pone mirando hacia los últimos. La herencia más grande de Jesús, la que hoy, no sólo los creyentes sino también increyentes ven y valoran en Jesús es ésta: acoger el Reino de Dios es poner a todas las religiones, no sólo a la cristiana, a las culturas, a las políticas, mirando antes que nada hacia los últimos.
3. La actuación terapéutica como programa del Reino de Dios
      Al mirar a Juan el Bautista descubrimos que toda su actividad está centrada en el pecado; le preocupa el pecado del pueblo, por eso denuncia a los pecadores y les invita a la penitencia, ofreciéndoles una liturgia de conversión y de perdón.
      Sin embargo, no hace ni un gesto compasivo, de bondad, no cura a ningún enfermo, parece que no ve a los enfermos, ni a los muchos niños que había por aquellas tierras, no limpia a leprosos, no acoge a pecadores ni a prostitutas… Seguramente que, lo primero que captó la gente, en cuanto Jesús comenzó a actuar, fue la enorme distancia que había entre el gran Juan Bautista y Jesús.
      En las páginas del evangelio vemos que Jesús no se queda en el desierto, sino que va caminando por toda Galilea; se acerca a los pueblos, quiere llevar consigo a Dios para visitar a la gente. No podemos imaginarnos a Jesús predicando la conversión por los pueblos y ofreciendo penitencia a los pecadores, como hacían aquellos misioneros que antes recorrían nuestros pueblos y ciudades en Cuaresma, para el cumplimiento Pascual.
      Jesús se acerca a los enfermos, incluso se los traen…, de tal manera que, podríamos decir que Jesús está introduciendo una revolución religiosa de carácter curador, una religión terapéutica que no tiene precedentes en la tradición judía. Jesús anuncia la salvación curando; esto es lo nuevo. A Jesús le preocupa el pecado, bastante más que a nosotros, pero ve que, para un padre compasivo, el mayor pecado es introducir injusticia, sufrimiento injusto, o tolerarlo dándole la espalda. Para Jesús el pecado no es algo de lo que se trata en los libros de moral, una ofensa a Dios… El pecado existe encarnado en aquella gente que está sufriendo y que está siendo olvidada por todos; entonces empieza a curar.
      La actuación de Jesús desconcierta al Bautista, que manda a unos discípulos suyos a preguntarle: ¿eres tú él el que ha de venir o hay que esperar a otro?  Jesús les responde: Decidle a Juan lo que estáis viendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia una Buena Noticia. Yo he venido a curar, decidle a Juan que no se escandalice.
      En otra ocasión, cuando le acusan de curar en nombre de Belcebú, el dios de las moscas, el dios de la peste, les dice: yo expulso demonios con el dedo de Dios porque os está llegando a vosotros el Reino de Dios. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se abre una vida más sana… allí está actuando el Reino de Dios. Lo que hizo Jesús, fundamentalmente, fue curar la vida.
      No penséis solamente si las curaciones que Jesús llevó a cabo fueron a nivel físico, psíquico, etc. Esas curaciones son lo que mejor indica y apunta a todo el proyecto de Jesús, porque no cura de manera arbitraria o por sensacionalismo. Los textos repiten una y otra vez que Jesús se compadeció. Jesús curaba movido por la compasión; ve que los que más sufren son los primeros que tienen que experimentar, en su propia carne, lo bueno que es Dios. A los más abatidos, desesperanzados, los más rotos, los que ya no tienen ni rostro humano, es a los que tenemos que poner en el centro de nuestro corazón y de nuestra religión, porque son el centro del corazón del Padre.
      Se puede decir que toda la actuación de Jesús está encaminada a crear una sociedad más saludable, más humana, más respirable, más llevadera… Recordad, por ejemplo, la rebeldía de Jesús frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa; cómo critica Jesús el rigorismo, el legalismo, el culto vacío de amor… Jesús quiere sanar la religión; su esfuerzo por crear una sociedad más justa y solidaria; su ofrecimiento de perdón gratuito a todos; su acogida a todos los maltratados por la vida o por la injusticia de los hombres…
      Sus gritos, los últimos serán los primeros, las prostitutas os precederán en el Reino de Dios…, son gritos tremendos que están ahí resonando. La frase que más se repite de Jesús es ¡No tengáis miedo! Hombres de poca fe, ¿por qué teméis? ¡Ánimo, yo he vencido al mundo!  Es una llamada a la confianza, a vivir de otra manera.
Cuando Jesús confía su misión a sus discípulos, no los imagina como jerarcas, como teólogos, como liturgistas, sino como curadores. Y siempre, invariablemente, les da dos encomiendas: Anunciad que el Reino de Dios está cerca, que Dios está más cerca de lo que pensáis y que quiere adueñarse de esta vida tan desastrosa, y luego… curad enfermos, limpiad leprosos, arrojad demonios… gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. La primera misión de la religión cristiana no es hacer teología, ni siquiera celebrar culto; todo tiene su razón de ser, pero lo primero es curar la vida, ser curadores. Una parroquia tiene que ser, antes que nada, una comunidad curadora, para que en ese barrio se viva con costumbres más sanas, de manera más humana, sin olvidar a nadie, acercándonos a los que más sufren… Esa es la conversión que necesitamos.
4. El perdón como horizonte
      Lo que provocó mayor escándalo y mayor hostilidad hacia Jesús fue su amistad hacia los pecadores; nunca había ocurrido algo así en Israel, era inaudito. Para muchos especialistas éste es el rasgo más revolucionario de Jesús. En el AT, Ezequiel, Isaías, Jeremías, Amós, Oseas… son grandes hombres de Dios, pero no se rodean de pecadores, no comen con ellos. Ningún profeta, tampoco el Bautista, se acerca a los pecadores con el respeto, la amistad y la simpatía con que lo hace Jesús. Les desconcertaba especialmente que invitara a todos a su mesa y les invitara a seguirle; cómo puede un hombre de Dios aceptar como amigos y amigas a esta gente, los indeseables de la sociedad, sin antes exigirles un “noviciado”, un cambio… Es escandaloso, inimaginable que un hombre de Dios coma con pecadores; sin embargo, Jesús insistía en hacer este gesto, aunque sabía que era provocador, pero era el más claro.
      Rastreando en nuestras fuentes se ve enseguida la reacción que despierta Jesús; primero sorpresa: Este come con pecadores y publicanos ¡Es inaudito! Y después las acusaciones: Es un comilón y un borracho, amigo de pecadores. ¡Qué vergüenza!, no sabe guardar las distancias…
En aquella sociedad la comida era sagrada, tampoco se podía comer con cualquiera. En la sociedad de Jesús los ricos comen con los ricos, los pobres con los pobres, los judíos comen con los judíos, los paganos hasta comidas impuras,  los fariseos con los miembros de las comunidades fariseas, en Qumrán sólo miembros de la comunidad; ¿qué persona honorable, respetable, va a comer con cualquiera? Sin embargo, Jesús insistía en abrir su mesa a todos. No hacía falta ser puro, podía ser una mujer limpia, podía ser una prostituta…, podía ser un hombre piadoso, podía ser un pecador alejado de la alianza…
Es que, como hemos dicho, en el Reino de Dios la compasión, la misericordia acogedora sustituye a esa santidad excluyente. El Reino es una mesa abierta a todos; lo más característico, la identidad de un grupo de Jesús es precisamente no excluir a nadie. Como creyente estoy convencido de que, probablemente no ha habido nunca sobre la tierra quien haya proclamado como Jesús, con tal fuerza, hondura y realismo, la amistad, el perdón, la acogida de Dios a todos, incluso a aquellos que lo olvidan o rechazan.
Yo voy a dejar resonando aquí, a mi estilo, el mensaje final de Jesús, porque creo que lo tenemos que escuchar todos. Cuando os veáis juzgados por la ley, incluso por la ley religiosa, no os olvidéis de Dios, sentíos comprendidos por Él. Cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge. Cuando nadie os perdone, cuando nadie entienda que podéis ser mejores, pensad y sentid sobre vosotros y vosotras el perdón inagotable de Dios; no lo merecéis, no lo merecemos nadie, pero Dios es así, Dios es amor y perdón. No lo olvidéis nunca, creed esa buena noticia.
He tratado de aproximarnos, aunque sea de manera muy incompleta a lo que fue nuclear en Jesús. Si ésta es la alternativa de Jesús, nada puede haber más importante en el cristianismo actual que volver a Jesús. Estamos distraídos con muchas cosas, descalificándonos y condenándonos unos a otros… dentro de la misma Iglesia… sin escuchar a Jesús. Realmente esto es lo que a mí me da pena y, desde luego, hasta que me muera, voy a vivir sólo para esto. No nos damos cuenta de que lo mejor que tenemos en la Iglesia es Jesús, lo más valioso, lo más atractivo. Nadie, ni nuestros programas pastorales, ni nuestras liturgias, pueden atraer como puede atraer Jesús. Las religiones están en crisis, pero Jesús no; está interesando más que nunca, mientras nosotros aquí andamos distraídos con muchas cosas.
Mañana trataré de hacer ver, de una forma muy sencilla, que volver a Jesús, el Cristo, el Mesías, el hijo de Dios hecho hombre, es la tarea más urgente que tenemos dentro de cristianismo actual.
                  Muchas gracias.

DIÁLOGO
1.- Mañana diremos que la Iglesia necesita conversión, y esa conversión sólo empieza por la conversión de cada uno. Mañana hablaremos de esto, no quiero eludir el problema; yo creo que tenemos que movilizar las fuerzas y aunar esfuerzos todos para convertirnos y para lograr que en el centro del ejercicio jerárquico, y en el centro de la teología, y en el centro de las parroquias y de las comunidades cristianas, esté la compasión. Que no es solamente tener lágrimas, sino mucho más. Yo suelo decir que en una parroquia no sabe uno por dónde empezar con lo que hay que hacer. Por ejemplo, una parroquia se parecerá mucho a Jesús si entre todos, párroco, coadjutores, catequistas, los de Cáritas… es decir, todos los que estamos dentro, ayudamos a que, en esa parroquia se conjuguen estos tres verbos: ESCUCHAR A LA GENTE, ACOGERLA Y ACOMPAÑARLA.
         ¿Por qué se marcha la gente de la Iglesia? Los sociólogos dicen que hoy la gente se marcha de aquellos que les hablan y van a aquellos que les escuchan; yo les entiendo, y a lo mejor hay gente muy sencilla que yo conozco que, calladamente se ha ido marchando de la Iglesia porque nadie los ha escuchado, nadie les ha tomado en serio, nunca han creído que tenían nada que decir, han vivido mudos en la Iglesia, insignificantes… se han cansado y se han ido.
         La pastoral que se necesita es la de Jesús: escuchar a la gente. En una parroquia, atender a las viudas que están solas, la gente mayor que está muy abandonada, la gente que está  como olvidada, desorientada… es algo que tenemos que hacer entre todos.
         Mañana hablaremos de todo esto; señalaré algunos rasgos de nuestro cristianismo actual y haré una llamada a la conversión para todos; hablaré de la jerarquía, pero no es mi preocupación. No creo que en este momento la jerarquía pueda, de verdad, liderar una conversión; yo creo que la conversión tiene que empezar mucho más abajo, en gente más sencilla, en gente que sufre más la vida, en gente que ve el sufrimiento desde cerca; los jerarcas lo tienen muy difícil, yo les entiendo, y hay que tener mucha compasión también con ellos.

2.- Es cierto que este jerarca, el Papa, es víctima de veinte siglos; tras de todo eso está Constantino el Grande y toda una tradición, y todos los obispos feudales, y todo el Vaticano. Lo importante es que empezamos a sentir que eso no es posible. Es cierto que Juan XXIII fue un ejemplo, aunque, si hubiera venido habría hecho el viaje exactamente igual. También es cierto que hablaba de una manera… era otra cosa.
         Yo no creo que los jerarcas vayan a ser nunca el mejor ejemplo de cristianos; es la gente anónima. Yo no he aprendido el evangelio de los jerarcas, ni de los profesores de Jerusalén ni de Roma, sino de mi madre, en mi casa. Lo mejor de la Iglesia no está arriba, estad seguros; si queréis ver el ejemplo de los demás, abrid los ojos en el barrio, mirad a la gente que se entrega…
         El día que esto cambie, y yo creo que la Iglesia tiene vigor como para cambiar, no por eso nos convertiremos. Ahora bien, el que haya reacciones como las que está habiendo son normales, son sanas y es un indicio de que estamos tomando conciencia de que es necesaria una Iglesia diferente y además puede haberla.

3.- En mi libro sobre Jesús hay todo un capítulo dedicado a la mujer, Jesús, amigo de la mujer. Entre otras cosas digo que Jesús concibe el movimiento de seguidores y seguidoras, de discípulos y discípulas suyos, como un espacio sin dominación masculina. Yo entiendo que en el tema de la mujer estamos siendo muy infieles a nuestro origen, al mensaje de Jesús. Y creo que hemos eliminado lo femenino de la Iglesia; la teología está hecha por varones, y además solteros, célibes; la moral está hecha por hombres; la liturgia, sin imaginación, sin creatividad, está hecha por varones y eso, como tú muy bien has resaltado, le quita, a cualquier Institución y a la Iglesia también, toda la riqueza, toda la ternura, la imaginación, la creatividad, la mirada compasiva… Todo eso lo estamos perdiendo, sencillamente porque la mujer no ocupa hoy el lugar que debería de ocupar.
         Yo creo que ésa es la asignatura pendiente; algún teólogo dice, y puede ser cierto, que, cuando la Iglesia es sorda a Jesús en algún aspecto, Dios se encarga de recordarlo fuera de la Iglesia. Vemos que ya está ocurriendo; la sociedad está avanzando mucho más hacia la igualdad, hacia la defensa de la dignidad de la mujer, hacia que no haya discriminación alguna por razón de género, mientras que la Iglesia no lo hace. Y tendremos que aprender de todos.
         Me alegro mucho de que hayas sacado el tema de la mujer porque, efectivamente en el esquema de hoy ha sido una ausencia muy importante. Cuando yo preparé la estructura de mi libro, pensaba meter a la mujer en cada capítulo, pero luego vi que era tan importante que le dediqué un capítulo entero donde describo la situación de la mujer en Galilea y la actitud revolucionaria de Jesús. Me ha llegado mucho eco de ese capítulo, creo que era absolutamente necesario.
JESÚS DE NAZARET HOY
VOLVER A JESÚS: TAREA URGENTE EN EL CRISTIANISMO ACTUAL
Ayer, después de oír hablar de Jesús, casi todas las preguntas se plantearon en torno a las preguntas ¿y nosotros qué? ¿Y la jerarquía, qué?... Jesús atrae hacia algo mejor y, por eso, enseguida se plantea, desde diversas perspectivas, la necesidad de cambiar. Por eso el tema del que hoy vamos a hablar es: Volver a Jesús, el Cristo, tarea urgente en el cristianismo actual. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia experiencia de cómo estamos viviendo hoy el cristianismo en la Iglesia; cada persona tiene su propia sensibilidad, su trayectoria y, seguramente, todos tenemos una visión distinta de las cosas.
1. Algunos hechos en la Iglesia actual
En un primer momento, voy a destacar algunos hechos mayores que están sucediendo en la actualidad y que nos pueden permitir un primer punto de partida para reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de una conversión radical a Jesucristo. Están ocurriendo muchas cosas pero yo voy a señalar tres puntos nada más:
§ El riesgo de la reacción automática
Durante estas últimas décadas, se han multiplicado estudios teológicos, encuestas, sondeos, sobre la situación crítica de las iglesias cristianas en Occidente. Tratar de ignorar esos datos sería un error, supondría pretender avanzar hacia el futuro con los ojos cerrados. Sin embargo, no es ése el mayor peligro; hay un riesgo todavía más peligroso. Condicionados por esos datos sociológicos, corremos el riesgo de reaccionar automáticamente, sin detenernos a discernir cuál debería de ser hoy la actitud de unos seguidores fieles a Jesús. En estos momentos existe el peligro real de que la Iglesia se vaya configurando desde fuera con una reacción instintiva ante los datos que nos ofrecen los sociólogos, y no como fruto de un discernimiento y una apertura valiente y confiada al Espíritu de Jesús. Voy a señalar algunos aspectos:
No es difícil observar hoy cómo van tomando cuerpo en la Iglesia actitudes de nerviosismo, de miedo; comportamientos generados muchas veces, más por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús que, como decimos en el credo, es siempre dador de vida.
Es fácil también constatar cómo va creciendo en algunos sectores una actitud auto-defensiva ante la sociedad moderna; una actitud que está muy lejos de ese espíritu de misión que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les decía: Id a anunciar que Dios está cerca, curar la vida; os envío como ovejas en medio de lobos.
Por último, estoy observando cada vez más que, en algunos sectores, estamos llegando a ver en la sociedad moderna sólo un adversario, el gran adversario de la Iglesia, que quiere destruir de raíz el cristianismo. Y de manera casi inconsciente se puede llegar a hacer de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral.
A veces es la actitud más importante de este momento; recientemente el obispo francés Claude Dagens, portavoz de la Conferencia Episcopal Francesa, dijo en un estudio: A veces, estamos haciendo de la fe una contra-cultura, y de la Iglesia una contra-sociedad. Desde esa actitud es muy difícil, prácticamente imposible, anunciar al Dios de Jesús como el mejor amigo de todo ser humano.
Por lo tanto, el riesgo de una reacción automática, muy comprensible pero también muy instintiva, que no es la mejor para actuar con responsabilidad y con lucidez.
§ La tentación del restauracionismo
En estos momentos de profundos cambios socio-culturales en los que probablemente habría que tomar decisiones de gran alcance, parece ser que sectores muy importantes de la Iglesia se han decidido más bien por el restauracionismo. Volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan, con el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, una religión cada vez más anacrónica y menos significativa para las generaciones venideras.
En vez de ir caminando con los hombres y mujeres de hoy, colaborando desde el proyecto del Reino de Dios de que hablábamos ayer, hacia una sociedad más digna, más justa, más fraterna, más sana, parece que, sectores dirigentes muy importantes, tienden más bien a la conservación firme, rígida, disciplinada de la tradición religiosa. Es muy explicable porque, quienes tienen más responsabilidad, más suelen tender a este tipo de actuaciones instintivas.
A partir de aquí, en todos los sectores, no sólo en los dirigentes, sino en las bases también, se está infiltrando, casi sin darnos cuenta, un conservadurismo religioso que no se conocía después del Concilio y que yo creo que está lejos del espíritu profético y creativo de Jesús. Se vigila el cumplimiento estricto de la normativa, no hay concesión alguna a la creatividad, todo parece que ya está fijado para siempre y se diría que, lo único que hay que hacer, en estos tiempos de cambios socio-culturales tan profundos, es conservar y repetir el pasado. Yo lo veo explicable pero a mí, sencillamente, se me hace difícil reconocer en todo esto la invitación de Jesucristo a poner el vino nuevo en odres nuevos.
§ Pasividad generalizada
Para mí, el dato más significativo puede ser este tercer punto, aunque de esto no se hable demasiado. El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es, seguramente, la pasividad. Evidentemente hay un número muy importante y muy valioso –no lo quiero olvidar- de cristianos y cristianas que viven muy comprometidos en grupos, comunidades, parroquias, plataformas, áreas de marginación, proyectos educativos, países de misión… No hay duda de que hay una minoría muy importante, y que va a ser más importante y más significativa todavía en el futuro. Pero eso no impide ver que la actitud mayoritaria es la pasividad.
Durante siglos hemos educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio, la pasividad… El cristianismo se ha organizado como una religión de autoridad y no como una religión de llamada a todo el pueblo de Dios. Y las estructuras que han ido naciendo a lo largo de los siglos no han promovido la corresponsabilidad del pueblo de Dios.
En la práctica se ha hecho, del movimiento de Jesús, una religión en la que la responsabilidad de los laicos y laicas, en buena parte ha quedado anulada. Y aun después del Concilio, aunque el lenguaje ha cambiado, se puede decir que todavía en muchos ámbitos y ambientes no se les necesita para pensar, proyectar y menos aún para decidir cómo ha de ser la marcha actual de la Iglesia hoy.
Tal vez es el principal obstáculo para promover la transformación que necesita urgentemente el cristianismo actual. Millones y millones de fieles, una masa enorme de gente entregada a la sumisión de una jerarquía que tiene la tentación del restauracionismo.
Es difícil, en esta situación, ver cómo vamos a poder enfrentarnos a los tiempos nuevos y abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús. Por eso los pastoralistas -no tanto entre nosotros, pero sí en Europa, Canadá, EEUU- se están haciendo ya muchas preguntas. ¿Es posible una transformación? ¿Y qué transformación en estas circunstancias? ¿Podrá el cristianismo encontrar en su interior el vigor espiritual, la fuerza espiritual que necesita para desencadenar la conversión a Jesucristo? ¿Es posible movilizar las fuerzas, dentro de la Iglesia actual, hacia un seguimiento más fiel y más radical a Jesús? ¿Cómo? ¿A qué precio? ¿A través de qué despojos, de qué crisis, de cuántas personas quemadas en el camino? Son muchas las preguntas y no es fácil tener una respuesta clara.
2. Volver a Jesús el Cristo
§ ¿Es posible la conversión?
      A mi entender, el giro que necesita el cristianismo actual, la autocorrección decisiva, consiste sencillamente en volvernos a Jesucristo, es decir, centrarnos con más verdad y más fidelidad en la persona de Jesucristo y en su proyecto del Reino de Dios. Creo que esta conversión es lo más urgente y lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas habrá que hacer en todos los campos -litúrgico, pastoral…- pero nada más decisivo que esta conversión.
      Juan Pablo II, en una carta admirable que escribió a comienzo del siglo XXI dice así: No nos satisface la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo; no, no hay fórmulas mágicas. No será una fórmula la que nos salve, pero sí una persona, y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”.
      Esa conversión no es un esfuerzo que se le pide solamente a la jerarquía; ni que hemos de exigir solamente a los religiosos y a las religiosas, a los teólogos y a las teólogas, a un sector muy concreto de la Iglesia. Es una conversión a la que nos tenemos que sentir llamados todos en la Iglesia. Yo suelo hablar de una “conversión sostenida” a lo largo de muchos años, de muchas décadas; una conversión que hemos de iniciar ya las generaciones actuales, sin esperar a nada más, y que hemos de transmitir como talante, como espíritu a las generaciones futuras.
      Después de veinte siglos de cristianismo el corazón de la Iglesia necesita conversión y purificación y, en unos momentos en que se está produciendo un cambio socio-cultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes, un corazón nuevo para engendrar de manera nueva la fe perenne en Jesucristo, pero esta vez en la sociedad moderna.
§ No sólo aggiornamento
Voy a explicar un poco más lo que quiero decir. No estoy pensando sólo en un aggiornamento, aunque sea necesario, sino en un retorno radical a Jesucristo. Como sabéis, parece ser que Juan XXIII fue el primero en hablar de aggiornamento, ponernos al día, adaptar la Iglesia a los tiempos de hoy; algo por supuesto absolutamente necesario porque, si la Iglesia quiere realizar su misión, tiene que encarnarse en cada época, en cada cultura, en cada tiempo.
      Yo hablo de volver al que es la única fuente y el origen de la Iglesia, el único que justifica su presencia en la historia y en el mundo. Estoy hablando de dejarle ser, al Dios encarnado en Jesús, el único Dios en la Iglesia, el Abbá, el único amigo de la vida y del ser humano. Y sólo desde esta conversión será posible el verdadero aggiornamento.
§ No sólo reforma religiosa
No me refiero sólo a una reforma religiosa, sino a una conversión al Espíritu de Jesucristo. Cuando uno ve que el cristianismo vivido con toda la buena voluntad por muchas gentes, no está centrado sin embargo en el seguimiento a Jesús, sino en el cumplimiento correcto de una religión; cuando se observa que el proyecto del Reino de Dios no es, en muchas comunidades, la tarea primordial clara; cuando la compasión no ocupa el lugar central en el ejercicio de la autoridad y en el quehacer de nosotros, los teólogos; cuando los pobres, los pequeños, los indefensos, los olvidados, no son los primeros en las comunidades cristianas… queda claro que no se necesita sólo alguna reforma religiosa, sino una verdadera conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús.
En esta sociedad será cada vez más difícil vivir sólo de la adhesión disciplinada a la Institución eclesial. Si en los próximos años no se produce un clima de conversión al Espíritu de Jesús, yo creo que el cristianismo corre el riesgo de diluirse en formas religiosas cada vez más decadentes y más sectarias y cada vez más alejadas de lo que fue el movimiento inspirado y querido por Jesús.
§ No sólo cambios
      La renovación urgente que necesita hoy la Iglesia no va a venir sólo de algunas reformas litúrgicas que nos preparen los especialistas, ni de algunas innovaciones pastorales, aunque sean necesarias. Tenemos que actualizar la experiencia fundante; necesitamos volver a las raíces, volver a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió, porque nosotros no estamos, ni viviendo ni contagiando, en buena parte, lo que Jesús vivía y contagiaba. La Iglesia se tiene que enraizar en Jesucristo como la única verdad de la que nos está permitido vivir y caminar hacia el futuro creativamente. No basta sólo con poner orden en la Iglesia, ni introducir algunas reformas en el funcionamiento eclesiástico. Yo necesito vivir y respirar en la Iglesia otro aire, otro clima diferente, de búsqueda humilde, aunando fuerzas, una búsqueda incesante para reproducir y vivir hoy entre la gente lo esencial del evangelio.
      ¿Es posible? ¿Cómo se puede hacer? ¿Por dónde hay que empezar? ¿Qué podemos decir?
3. Algunas líneas de acción
Voy a ofrecer cuatro líneas, dentro de las cuales caben muchas más cosas que luego podemos ir comentando.
1.      Introducir en el cristianismo actual la verdad de Jesús
Me parece que es lo primero. Dar pasos hacia mayores niveles de verdad, en nuestras vidas, nuestros grupos, nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestra Iglesias diocesanas y, naturalmente, también en las instancias centrales de la Iglesia. En este sentido, voy a desarrollar dos pequeños puntos.
§ Poner la verdad de Jesús
      Nos hemos de atrever a discernir qué hay de verdad y qué hay de mentira en el cristianismo actual. Qué hay de verdad y de mentira en nuestros templos y en nuestras curias, en nuestras celebraciones y en nuestras actividades pastorales, en nuestros objetivos y nuestras estrategias… Y no cerrar los ojos, no resignarnos a vivir un cristianismo sin conversión. No podemos vivir en una Iglesia sin que se respire un deseo de conversión. Ni dejar pasivamente que se vaya perdiendo el recuerdo de Jesús entre nosotros, en nuestro país.
¿Hasta cuándo vamos a poder seguir sin hacer un examen colectivo de conciencia en la Iglesia, a todos los niveles? Hemos comenzado el siglo XXI sin hacer un examen. Celebrando un jubileo muy hermoso y que ha hecho mucho bien, pero sin empezar el siglo XXI preguntándonos ¿dónde estamos?, ¿cómo estamos? y ¿hacia dónde queremos ir? ¿Por qué no se promueve en la Iglesia una revisión honesta, sincera, de nuestro seguimiento a Jesús?
Todos decimos que una persona sólo se convierte y renueva cuando reconoce sus errores, sus pecados; sólo entonces le es posible volver a su verdad más auténtica. ¿Y cómo podrá, esta Iglesia tan querida, esta Iglesia de Jesús, dar pasos hacia su conversión si no reconocemos los errores y pecados que hay entre nosotros? No tenemos que tener miedo de poner nombre a nuestros pecados; y no se trata de echar las culpas unos a otros, muchas veces para justificar, cada sector, nuestra propia mediocridad. Es un error doloroso pensar que la Iglesia se va a ir convirtiendo a Jesús sólo con criticarnos, descalificarnos y condenarnos unos a otros. Así no se avanza hacia la conversión al Evangelio.
Lo que necesitamos todos es reconocer y cargar con el pecado de la Iglesia; no todos tenemos la misma responsabilidad pero, de alguna manera todos somos cómplices; sobre todo con nuestra omisión, nuestra pasividad, nuestro silencio y mediocridad. El pecado de la Iglesia está en todos, en nuestros corazones y en las estructuras, en nuestras vidas y en nuestras teologías, y todos y todas estamos llamados a la conversión.
§ Cuestionar falsas seguridades
      En estos momentos, poner verdad en la Iglesia es también poner en crisis falsas seguridades que nos impiden escuchar la llamada a la conversión. Hoy es muy difícil escuchar una llamada seria en ese sentido; yo estoy muy atento y no oigo ni la palabra; en Cuaresma se habla de la conversión, pero sólo dura hasta la Pascua… y luego, hasta el año que viene.
Es peligroso vivir con la conciencia de que somos la Iglesia santa de Jesús, sin revisar mínimamente si le estamos siendo fieles o no, y hasta qué punto. Es peligrosa nuestra convicción de que tenemos una misión única, y luego no preguntarnos si estamos realmente escuchando al Espíritu de Jesús para ver a dónde nos envía hoy. Y me parece peligrosa esa seguridad inconsciente de creernos que ya estamos proclamando a Jesús y su mensaje, sin ser una Iglesia oyente de la Palabra –como decía el gran teólogo Karl Rahner-. Es un error creer que Dios tiene que llevar hoy a cabo su misión salvadora en el mundo ajustándose exactamente a los caminos que nosotros le tracemos, sin revisar si están o no viciados por nuestra cobardía y nuestra mediocridad. Y es un error pretender contar con la bendición de Dios, incluso para mantener y desarrollar, muchas veces con buena voluntad, nuestros propios intereses eclesiásticos.
¿Por qué nos sentimos tan seguros? ¿Por qué condenamos con tanta facilidad el pecado en el mundo y somos tan ciegos para ver nuestro propio pecado? ¿Por qué Jesús se va a identificar con nuestra manera, poco fiel a veces, de vivir tras sus pasos? ¿Por qué va a confirmar nuestras incoherencias y nuestras desviaciones del evangelio? ¿Por qué va a estar Cristo a nuestro servicio si nosotros no estamos al servicio del Reino de Dios? ¿No seremos ciegos que quieren conducir hoy, a otros ciegos?
2.  Recuperar la identidad de seguidores de Jesús
Aquí también voy a apuntar solamente dos aspectos.
§ Nuestra verdadera identidad
      Hemos de recuperar y cuidar nuestra identidad irrenunciable, que es la de ser seguidores y seguidoras de Jesús. ¿Y qué es esto en concreto? A mi juicio es caminar, en los años venideros, hacia un nivel nuevo de existencia cristiana. Pasar, en la historia del cristianismo, a una nueva fase en la que sea un cristianismo más inspirado y motivado por Jesús y más estructurado para servir a su proyecto del Reino de Dios, un mundo más humano, fraterno, dichoso…
      Si ignora a Jesús, la Iglesia vivirá ignorándose a sí misma. Si ignora a Jesús, no podrá la Iglesia conocer lo más esencial y decisivo de su tarea, de su misión. Si no sabe mirar la vida, si no sabe mirar a las personas y al mundo con la compasión con la que miraba Jesús, la Iglesia será una Iglesia ciega, que cree verlo todo con una luz sobrenatural y privilegiada pero que, sin darse cuenta, se puede estar cerrando al único que es, como dice San Juan, la luz verdadera que ilumina –no sólo a la Iglesia- sino a todo hombre que viene a este mundo.
      Y si no escucha la voz del Padre, como hacía Jesús, si no escucha el sufrimiento de la gente como Él, la Iglesia será una Iglesia sorda. Creerá escuchar como nadie la verdad de Dios sobre el ser humano, pero será una Iglesia que no puede comunicar la Buena Noticia del Dios encarnado y revelado en Jesús.
§ Nueva relación con Jesús
      Recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús significa buscar una nueva relación con Él. La conversión que se nos pide hoy significa, en concreto, una calidad nueva en nuestra relación con Jesucristo.
             Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo, del que no se puede escuchar nada especial para el mundo de hoy, un Jesús apagado, que no seduce, que no llama, que no toca a los corazones… es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando. Una Iglesia sin Jesucristo sería una Iglesia acabada.
      Necesitamos una Iglesia marcada por la experiencia de Jesús; impulsada por creyentes que tienen conciencia de vivir desde él y para su proyecto del Reino de Dios. Cristianos y cristianas que pertenecen a Jesús y que, sólo por ser de Jesús, pertenecen a la Iglesia y están en ella contribuyendo humildemente a hacerla más fiel a él.
      ¡Qué necesidad tenemos de cristianos y cristianas que, en todos los niveles de la Iglesia, vayan introduciendo entre nosotros a Jesús como lo mejor, lo más valioso, lo más atractivo, lo más amado…! ¡Jesús, nuestro Maestro y único Señor!
      Y no importa dónde está cada uno y qué responsabilidad tiene porque a todos se nos invita a colaborar en una tarea difícil pero apasionante, atractiva; la tarea de ir pasando, en la historia del cristianismo, a una fase nueva, más fiel a Jesucristo. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le viva y se le sienta a Jesús de una manera más intensa y nueva. Todos podemos hacer que, allí donde nos movemos, la Iglesia sea un poco más de Jesús, y que su rostro sea más parecido al suyo.

      3. Hacia una nueva figura de Iglesia
      No es fácil decir qué pasos concretos tendríamos que dar. Naturalmente no es una tarea de un teólogo, de una persona o de otra… Va a tener que ser un aunar esfuerzos. Yo voy a señalar dos aspectos.
§ Importancia decisiva del relato evangélico de Jesús
      Creo que hemos de recuperar la importancia decisiva que tuvo, en el nacimiento de la Iglesia, la experiencia que se vivió, en medio del Imperio, de unos pequeños grupos que se reunían a escuchar la memoria, el recuerdo de Jesús, recogido en los evangelios.
      Hoy, en la medida en que avanza la investigación de los primeros momentos del cristianismo, se empiezan a clarificar muchas cosas. Siempre hemos dicho que la gran figura fue San Pablo con sus cartas, pero resulta que sus cartas apenas las entendía nadie. La gente, los cristianos del puerto de Corinto eran analfabetos; no había pergaminos ni códices. Ahora que tenemos sus cartas impresas en el NT, las leemos, las explicamos, pero los primeros cristianos no. Influyó San Pablo, sin duda alguna, pero el que verdaderamente influyó fue ese Jesús, recordado en comunidades y grupos muy pequeños. Recordad que en el evangelio de Mateo aparece, en labios de Jesús, esta frase: Donde dos o tres –no más- se reúnan en mi nombre, allí estoy yo. Ésa es la experiencia que se vivió.
      Se calcula –los datos no son fiables- que hacia final del siglo II había solamente unos 25.000 cristianos, dispersos por el Imperio en grupos muy pequeños. El centro era Jesús, recordado en los evangelios. Y cuando el Imperio se fue desmoronando y corrompiendo, se vio que allí había unos grupos que sabían vivir la vida de otra manera más humana, y emergió el cristianismo. Como podría emerger en medio de esta sociedad.
      Los evangelios no son libros didácticos, que exponen una doctrina académica sobre Jesús. Tampoco son unas biografías redactadas fríamente para informarnos con detalle de la trayectoria histórica de Jesús. Lo que se recoge fundamentalmente en los evangelios es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él y respondieron a su llamada. En los evangelios encontramos la experiencia que vivieron con él los discípulos y discípulas, lo que marcó sus vidas y las orientó hacia su seguimiento.
      No deberíamos olvidar que, en cualquier época, los evangelios son para los cristianos una obra única. No podemos equiparar, a la ligera, los evangelios con todos los demás libros de la Biblia por el hecho de que todos sean Palabra de Dios. Eso es cierto, pero en los evangelios hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: la memoria bendita de Jesús, tal como era recordado, con amor y con fe por sus primeros seguidores y seguidoras. ¡Qué pena que todavía hoy haya cristianos que sólo conocen los evangelios de lo que les suena de los predicadores y tienen la idea de distintos fragmentos… un milagro, una parábola, la navidad, la semana santa… y que en nuestros pequeños grupos y comunidades no estemos reavivando nuestra vida en torno al relato evangélico de Jesús!
      Los evangelios, precisamente porque fueron escritos para generar nuevos creyentes y nuevos seguidores, son, antes que nada, relatos de conversión. Y piden ser escuchados, estudiados y meditados, en actitud de conversión. Los evangelios invitan a un proceso de cambio, de seguimiento a Jesús, de identificación con su proyecto. Y en esa actitud de conversión, sostenida dominicalmente, los evangelios han de ser leídos, predicados, comentados, meditados, repensados y guardados como lo mejor que tenemos de Jesús. Sus evangelios guardados en el corazón de cada creyente y en el corazón de cada parroquia, de cada comunidad cristiana.
      Me parece que, un punto de partida y de arranque para ir creando otro clima, son estos grupos de Jesús.
§ Génesis permanente de la Iglesia
      Creo que los creyentes y las creyentes que se pongan de verdad en contacto vivo con el relato de Jesús en los evangelios, serán los que conocerán la experiencia de sentirse reengendrados con Jesús a una nueva forma de vivir su adhesión a él. Porque, ¿qué se aprende de los evangelios? No se aprende fundamentalmente doctrina; se aprende un estilo de vivir, el estilo de vivir de Jesús. En los evangelios se aprende una manera de estar en la vida, un modo de habitar el mundo, un modo de interpretarlo, de tratarlo; una manera de crear la historia haciéndola mejor.
      Lo primero que se aprende de Jesús no es doctrina, sino su manera de ser, su manera de amar, de confiar en el Padre, de preocuparse por el ser humano. Y yo entiendo que ese esfuerzo por aprender a pensar como Jesús, a sentir como él, a amar la vida como él, a vivir como él, a compadecernos de los que sufren como él, a esperar en el Padre como él… tenemos que clavarlo en el centro de la Iglesia, empezando por clavarlo en el centro de los grupos, de las pequeñas comunidades cristianas y de las parroquias.
      Eso es lo primero que hemos de cuidar. Ahí se puede ir gestando una nueva Iglesia. En estos momentos no podemos dedicarnos a cosas accidentales, secundarias; tenemos que ir a lo esencial.
      Hemos de concebir a la Iglesia como una realidad viva, que está en génesis permanente, engendrándose permanentemente del Jesús recordado en los evangelios. No tenemos que pensar que la Iglesia ya está hecha y ahora la tenemos que adaptar a estos tiempos. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, la que le da cuerpo a Cristo; por eso la Iglesia, en cada época, en cada momento y en cada país tiene que irse gestando y naciendo de Jesús.
      Por eso, nuestra tarea primordial no es ser fieles a una figura de Iglesia y a un cristianismo del pasado, desarrollados en otros tiempos, para otras culturas. Lo que nos ha de preocupar hoy no es repetir el pasado; aprender del pasado sí, pero vivir el presente y abrirnos al futuro. Lo que nos tiene que preocupar es hacer posible hoy el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades capaces de reproducir con fidelidad la presencia de Jesucristo y capaces de actualizar su proyecto en la sociedad actual.
      4. Reavivar la esperanza
      Soy muy consciente de que, en estos momentos, la Iglesia no necesita sólo crítica, ni mucho menos; no necesita sólo verdad, necesita también aliento para reavivar su esperanza. Pero la esperanza no va a nacer de discursos, de palabras, de estímulos. Creo que necesitamos construir unas nuevas bases que hagan posible la esperanza; una esperanza realista, desde una perspectiva cristiana, sólo se puede fundamentar en el Dios encarnado en Jesucristo.
      No sabemos cuándo ni cómo ni por qué caminos actuará Dios para seguir impulsando su reinado; lo que no podemos hacer es mirar al futuro sólo desde nuestros cálculos y previsiones. La Iglesia no puede disponer de su destino, no puede fundamentar su porvenir en sí misma; nuestra esperanza está sólo en Dios. Sólo Dios salva, y Dios seguirá incansable, llevando adelante su proyecto de salvación en el mundo. Dios seguirá haciendo realidad, dentro y fuera de la Iglesia, con nosotros o sin nosotros, su plan de salvación. Dios no se echa atrás, la secularización moderna no pone en crisis a Dios, y nuestra mediocridad no va a bloquear su acción salvadora. Dios es Dios, y no se nos tiene que olvidar. El Dios de Jesucristo es nuestro mayor potencial de esperanza.
      ¿Qué hemos de hacer nosotros?
§ Preparar nuevos tiempos
      Creo que la esperanza se vive y la viven los que están ahora preparando nuevos tiempos; no los que están como espectadores que sólo se lamentan, se quejan, gritan, discuten… y no aportan más. Sólo los que están tratando de abrir nuevos caminos son los que nos van a traer esperanza.
      Todos, aunque sea de manera humilde, podemos ir empujando, paso a paso, a la Iglesia a ser más de Jesús de lo que hoy es. Habrá que inventar recetas, pero muchas recetas se quemarán. Habrá que seguir muchos caminos errados para ir descubriendo cuál es el camino acertado. Hace pocos meses leía lo que decía un teólogo de París: es fácil que la Iglesia necesite todo un siglo para acertar a situarse y a situar el mensaje y el Espíritu de Jesús en la sociedad moderna. Un siglo… bien pensado, no es nada; han pasado 50 años desde el Concilio…
      Habrá que empujar a la Iglesia, habrá que inventar recetas… pero, sobre todo, hemos de promover otro clima; solamente en otro clima será posible vivir con más esperanza. Necesitamos respirar de manera nueva el evangelio; se nos está pidiendo movilizarnos, para replanteárnoslo todo desde una fidelidad nueva a Jesús. Dios es insondable, Dios es una gran sorpresa; yo estoy convencido de que al cristianismo le esperan grandes sorpresas todavía. Jesús no ha dado todavía lo mejor; yo no lo veré, pero lo intuyo.
      ¿Cómo se puede preparar esto? ¿Cómo se puede preparar el futuro y tener esperanza cuando parece que no hay futuro? No hay recetas concretas, pero hay caminos de búsqueda, aunque no nos demos cuenta. Abramos los ojos: hay parroquias muy humildes, que no son las grandes catedrales, que están en la periferia, en las que hay un clima nuevo, donde se hacen gestos y se viven compromisos que apuntan hacia un estilo nuevo y más convincente de seguimiento a Jesús. Y hay grupos y plataformas que están llevando a la gente a un camino de mejor calidad humana, y de calidad evangélica más auténtica.
      Hay una manera nueva de percibir el evangelio, hay una conciencia cada vez más viva de ser seguidores de Jesús. Yo ya sé que iniciar caminos nuevos de conversión nos está exigiendo a todos mayores niveles de fe y de amor a Jesús. Pero hay caminos que ya se pueden ir abriendo de manera germinal; quizás muchos quedaremos quemados en el camino, pero no importa. Jesús dijo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no será fecundo. Necesitamos personas que se quemen; su vida tendrá alguna pequeña y humilde fecundidad. Preparar germinalmente nuevos caminos.
§ Trabajar la conversión y el cambio
      Yo creo que se necesitan unas actitudes nuevas. Voy a señalar dos:
      Primero: Creo que hemos de aprender a vivir cambiando; no a vivir repitiendo, sino cambiando. Esto quiere decir aprender a despedir lo que ya no evangeliza, lo que no abre caminos al Reino de Dios, para estar más atentos a lo que está naciendo, a lo que vemos que abre los corazones de los hombres y mujeres de hoy a la Buena Noticia de Dios. Y, sin darnos cuenta, estamos ya despidiendo formas de pastoral y evangelización preparadas para una situación de cristiandad que hoy ya no existe. Ciertamente se están dando pequeños pasos hacia una fe nueva. Aprender a vivir dando pasos, no sencillamente esperando la extinción, mirando a ver quién es el último para que apague la luz…
      Segundo: Hemos de aprender, poco a poco, a darle forma al cambio. Yo conozco ambientes donde es posible experimentar nuevos lenguajes para comunicar la Buena Noticia de Dios. Y conozco ambientes en donde se puede empezar a dialogar con personas más alejadas. Hoy es muy difícil trazar fronteras, ¿quién está dentro? ¿Quién está fuera? ¿Quién cree? ¿Quién no cree? Yo me muevo entre grupos de “buscadores” –los llamamos así- que me salen diciendo: José Antonio, esto que yo vivo, ¿será fe?
      ¿Qué es creer? La gente anda muy perdida, tenemos que dialogar, tenemos que contagiar la pequeña fe que tiene cada uno. Hay parroquias donde ya es posible otra convivencia, donde es posible, y se está haciendo ya, una acogida nueva, una amistad cristiana nueva. Hemos dicho cosas sublimes de la comunidad cristiana, de la comunión, teorías… pero necesitamos ser amigos y amigas, estrechar lazos de amistad en nuestras parroquias y comunidades.
      Hay lugares, ámbitos, parroquias, donde es posible dar nueva responsabilidad a la mujer. En realidad hay pocas cosas que no puede hacer hoy la mujer, sólo dos: presidir la Eucaristía y presidir el sacramento de la Reconciliación. Prácticamente todo lo demás podría quedar en manos de la responsabilidad de mujeres. Si no lo hacemos, no es por el Derecho Canónico, que lo permite, sino por nuestra pereza, nuestra insensibilidad, nuestra torpeza…
      Creo que en estos momentos tenemos que dedicar mucho más tiempo, mucha más oración, mucha más escucha del evangelio, mucha más atención y energías a escuchar muchas llamadas, carismas nuevos, vocaciones nuevas, caminos nuevos de conversión. Al comienzo todo es frágil, todo es pequeño; nosotros tenemos la suerte de poder sembrar sin ver la cosecha. Es una gozada, sembrar y no cosechar. En el evangelio sólo está la parábola del sembrador; no está la que querríamos nosotros, la parábola del cosechador…
      La Iglesia no ha tocado fondo todavía. Todavía vamos a experimentar mucho más el carácter vulnerable y frágil de la Iglesia. Y vamos a poder compartir la condición de perdedores junto a otros sectores olvidados en esta sociedad, que son perdedores. En la Iglesia vamos a estar entre los últimos; eso no es una desgracia, sino que puede ser una verdadera gracia. Una Iglesia con poco poder, una Iglesia frágil, vulnerable, donde la gente descubre, cada vez más que hay pecado. No es una desgracia, es caminar con más verdad. Vamos a estar entre la espada y la pared. Vernos mal no es malo, puede irremediablemente dirigirnos hacia el evangelio y hacia Jesucristo. Jesús lo anunció, posiblemente pasando por Magdala, una pequeña ciudad donde se encontró con María; esta ciudad era famosa por las conservas, los salazones; había mucha sal que se traía del mar Negro y la sobrante, la mala, estaba amontonada por las calles, abandonada… Jesús dijo en alguna ocasión: fijaos en la sal, cuando pierde su sabor, todo el mundo la pisotea…
      No nos defendamos mucho porque, si muchas veces el mundo actual nos está pisoteando, es, en parte, porque no encuentra en lo que nosotros le ofrecemos como sal, el sabor que necesita el mundo para creer en la Buena Noticia de Jesucristo. Yo creo que lo importante es seguir caminando como dice la Carta a los hebreos, fijos los ojos en Jesús que es el que inicia y el que consuma nuestra fe.
Muchas gracias.

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